No necesité que la vida me avisara dos veces, ni que me lo pusiera difícil, no fue necesario incluir el dolor en mis pasos para que mi mente y mi corazón se abrieran y se entregaran, tan sólo necesité tomar conciencia de lo que realmente ya es y permitir que el flujo de esa vida, de ese tiempo, comenzara a fluir por mis venas.
Dicen que la vida es dura, que criar a los hijos cuesta mucho trabajo y que “es lo que toca ahora”. Seguro que has tenido muchas conversaciones acerca de noches sin dormir, malas contestaciones y pataletas, peleas entre hermanos y conflictos varios, a mí también me llega todo eso. Sin embargo, debido a aquella conexión que tuve con el presente, prefiero poner mi atención en otras situaciones que también experimentamos cada día y que suelen quedar en el silencio.
Yo prefiero hablarte de que la crianza es puro amor, amor del verdadero e incondicional, prefiero quedarme con esas miradas que nuestros bebés nos comparten al abrir los ojos cada mañana, con la intensa e infinita curiosidad que les lleva a resistirse para dormir, la pasión con que sienten cada una de sus emociones hasta el punto de verse arrastrados por ellas mientras nosotros nos desesperamos porque no contamos con la capacidad de acompañarles sin más.
Donde algunos puedan llegar a hablarte de mocos, gritos, peleas, desorden y ruido en general, falta de cuidado y rotura de objetos materiales, yo prefiero hablarte de que la maternidad me trajo el regalo y el privilegio de poder ser testigo del despertar de una vida, como cuando vemos el documental de un suceso fascinante, pero en la vida real.
Me siento privilegiada por poder haber visto sus ojos abrirse por la mañana, por volver a conectar con mi niña interior mientras sus cuerpos se estiraban con el fin de despertar cada uno de los músculos, de presenciar el tesón con el que intentan una y otra vez llevarse un objeto a la boca y el brillo que despierta en sus ojos cuando esto les proporciona cierta sensación.
Querido amigo, la crianza supone una oportunidad tras otra de volver a nosotros mismos, a aquellos niños que fuimos para avanzar por cada uno de los pasos que hemos dado hasta llegar a hoy y poder conectar con la verdad de nuestro ahora, como hacen ellos, los más pequeños. ¿Has visto alguna vez a un niño que se detiene ante un caminito de hormigas? Con él se detiene el tiempo, es más, diría que para ellos ni siquiera existe… Ese es principalmente el regalo que veo en este camino, volver a conectar con el ahora y valorar que lo que estamos viviendo no vuelve, que nunca, nunca, nunca más volveremos a vivir un momento igual.
Puede que, efectivamente, no esté la casa tan limpia y ordenada como antes, que surjan diferencias entre hermanos, que broten emociones sin filtro, que suspendan un examen o que no logremos conseguir lo que queramos de ellos en determinados momentos y necesitemos respirar más de dos veces antes de volver a mover los labios, pero nos olvidamos de que, mientras ellos crecen, mientras los días pasan y ponemos la atención en estos detalles, nos perdemos el milagro de verlos y vernos crecer.
Como te decía al principio, tomar verdadera conciencia y sentir esta idea de que el verdadero regalo es el presente en cada una de las células de mi cuerpo es lo que marcó un antes y un después en mi vida, y por lo tanto, en mi crianza. No necesité que la vida me avisara dos veces, ni que me lo pusiera difícil.
¿Con esto quiero sugerir que lo dejemos todo al libre albedrío? ¿Que nada importa? No, no va de eso. Esto va de mirar y sentir cada uno de nuestros pasos con el corazón abierto. Va de que levantes ahora la vista de esta pantalla y que descubras el milagro que la vida tiene hoy para ti.
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