Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

La ciudad que (no) queremos

Kike Romá (Plataforma contra la Pobreza); Mayte Herreras (Punto de Información y denuncia de derechos sociales); Marina Boix (Sindicato de Carolinas); Antonio Colomina (AV. Barrio Colonia Requena) y José Ramón Navarro (Fotografía: Pepe López).

Ante una cita importante, novedosa, a veces sentimos sensaciones extrañas que nos ponen en alerta y provocan que un cierto cosquilleo nos recorra el cuerpo. Es en algunos de esos momentos cuando pueden aflorar unos nervios que no dominamos del todo, que de forma imperceptible nos altera los ritmos del sueño. Algunas de esas humanas sensaciones puede que estén emergiendo alegóricamente otra vez en esta ciudad, Alicante, ante una de esas citas próximas marcadas en el calendario como otro hecho excepcional de cierta esperanza. Es, parece, ese próximo 28 de mayo, la razón que estaría detrás de esta labor de orfebrería que se ha empezado a tejer y que va colocando, una junta a la otra, algunas de las teselas que dibujan la ciudad que no queremos.

Tarjeta de presentación del acto de Unir Alicante.

Alicante, como ciudad, como cuerpo social que bulle, como ser que sufre y padece al modo como padecen los cuerpos, está siendo testigo de un tiempo acá de un cierto hormigueo a favor de la propia ciudad. Lo que estaba oculto empieza a emerger, el silencio se rompe y algunas voces —viejas, pero también algunas nuevas— luchan por hacerse oír en el desierto de la ruidosa plaza. El viejo lema de ciudad abandonada a su suerte, de ciudad sin plan ni proyecto, vuelve a oírse como un soniquete de fondo para denunciar, aquí y allá, que las costuras se siguen deshilachando, que las heridas por donde la ciudad se desangra, entre la dejadez de unos y el desprecio interesado de otros, no solo no se cierran, sino que cada vez son más profundas, y que el abandono y la cruel indiferencia presiden los actos de sus máximos responsables.

Presentación de Unir Alicante en la Librería Pynchon (Fotografía: Pepe López).

Por ahí, perdida en algunas plazas, en las tertulias de algunas radios, navegando en las procelosas aguas de Internet y las redes sociales, se ha empezado a oír un nombre, o mejor dos: Unir Alicante. Es un fenómeno social o político, que nunca se sabe, un fenómeno empujado por gentes con muchas heridas en la piel de batallas perdidas. Casi todas ellas son gentes que son conscientes de que cayeron derrotadas en algunas refriegas anteriores, algunas más relevantes, otras menos, pero que aún y así tienen fuerza para intentar levantarse de nuevo, ponerse en pie, intentar que esta ciudad sea mejor de lo que es. Y, sobre todo, eso dicen y repiten, que sea posible cambiar el rumbo uniendo manos y proyectos.

Un momento de la presentación Unir Alicante en Pynchon (Fotografía: Pepe López).

No está claro que ahora lo vayan a conseguir, pero si se les mira a la cara y les oyes hablar de cerca, ves brillar sus ojos y parece claro que la utopía de coser una ciudad que hoy, como ayer, como anteayer, está deshilachada, que tiene perdido el pulso de la decencia y de alguna manera viaja en acomodaticios vagones hacia ninguna parte, es una aventura que merece ser empujada. Su presentación, su puesta de largo, la hicieron el 15 de febrero en la librería Pynchon de Alicante. El trayecto continúa.

No lejos de esas dos palabras —unir alicante— y de ese oleaje a favor de la renovación de las ideas y del aire —el real y el figurado— podríamos situar el esfuerzo de dos profesores de universidad, Jorge Olcina y José Ramón Navarro, quienes desde “su” Aula de la ciudad, radicada en la Sede de la UA, vienen realizando desde hace años un trabajo de fondo, abriendo debates ciudadanos siempre pegados a la actualidad y ofreciendo ocasionalmente ventanales de esperanza a quienes desde los barrios más depauperados, desde las asociaciones más humildes, siguen luchando en sus pequeñas parcelas a favor de la dignidad y la cohesión de la propia ciudad.

Programa del ciclo Ciudad Dual.

Su último ciclo —La ciudad dual— es bien reciente. De la pasada semana exactamente. Fue este, al modo teatral, un ciclo con tres actos, que ya en su enunciado era toda una declaración de intenciones: “(Queremos) mostrar la distancia que hay entre la ciudad real de los ciudadanos y esa otra del turismo masivo, los cruceros y los apartamentos turísticos, de la sostenibilidad sin naturaleza, de los discursos vacíos y sin contenido”.

El primer acto de esta trilogía social y vivencial —La ciudad desigual— fue ya toda una dura radiografía contra los sueños de la complacencia, contra la negativa a mirarnos “más allá de la plaza de toros”, “más allá de la zona de playas y la Explanada”. Kike Romá, portavoz ocasional y permanente de la Plataforma contra la pobreza, la exclusión y la desigualdad en Alicante, un maestro en la disección de realidades ocultas, dijo lo que sabemos pero no queremos mirar: que hay una ciudad de postal y de cruceros y otra ciudad de gente cuya vida es cada día una aventura llena de trampas, de desarraigo, de infravivienda, de vivir al límite. Y que mientras una, la primera, tiene todo el buen trato de las administraciones, la otra sigue condenada al olvido y —peor— al engaño permanente, pues las promesas y buenas palabras raramente pasan la prueba de la certidumbre.

De dcha. a izq.: Paz Sotodosos (San Gabriel); Sol García (Gran Vía Sur); Ernest Gil (AV El Templete-Benalúa); Lorenzo Pérez (Av. Parque del Mar) y Carmen Sánchez Brufal (Fotografía: Pepe López).

Pero hubo más, mucho más. Mayte Herreras, del Punto de Información y denuncia de derechos sociales, denunció la trampa de las nuevas tecnologías para una gran parte de la población y expuso, como ejemplo y denuncia, cómo ellos tienen que tramitar “la ayuda de los 400 euros” a personas que ni saben ni entienden de ordenadores, porque quienes sí tienen la obligación de hacerlo, los Servicios Sociales del Ayuntamiento, se limitan a mandarles a los potenciales beneficiarios “con un papelito” en la mano por toda ayuda. Y en ese mismo plano de abandono y dejación de funciones estuvo también el relato conmovedor de Antonio Colomina y de su hijo, que contaron como su bar, su pequeño negocio de barrio se ha convertido en un improvisado centro social y una oenege de ayuda a los habitantes del Barrio de Colonia Requena —Hubo día que repartimos 400 comidas— por la criminal dejación de funciones del propio ayuntamiento y alrededores.

Asistentes al acto de Plataforma contra la Pobreza, Punto de Información y denuncia de derechos sociales, Sindicato de Carolinas y la Asociación de Vecinos Barrio Colonia Requena (Fotografía: Pepe López).

La segunda pieza —La calidad del espacio público: ruidos y limpieza— fue el redescubrimiento de que en este apartado —la limpieza y los ruidos, la contaminación acústica— Alicante viaja en el vagón de cola de las ciudades de este país —segunda o primera más sucia de España según año y cosecha—, fruto claramente de que aquí la ley y las sentencias de los propios jueces —como sucede en el caso del ruido en el Casco Antiguo— se incumplen sistemáticamente. Eso sí, gracias a que los gobernantes políticos cuando tienen que decantarse prefieren anteponer los intereses de bares, pubs, restaurantes, etc., al legítimo derecho al descanso de los cada vez más escasos residentes que —aún y pese a todo— se resisten a abandonar su barrio.

De dcha. a izq.: Paz Sotodosos (San Gabriel); Sol García (Gran Vía Sur); Ernest Gil (AV El Templete-Benalúa); Lorenzo Pérez (Av. Parque del Mar) y Carmen Sánchez Brufal (Fotografía: Pepe López).

Para terminar esta obra en tres actos se hizo un repaso a esa otra realidad también oculta: La otra ciudad: los cuatro barrios del litoral portuario sur de Alicante. La radiografía aquí fue, simplemente, desoladora y amarga, desde la constatación de que el mayor enemigo contra el que los ciudadanos y las asociaciones que allí viven y/o trabajan tiene nombre: el Puerto de la ciudad, una institución que también cuenta —denunciaron— con algunos poderosos aliados más allá de las oficinas municipales, como lo son la propia Generalitat Valenciana, el ministerio de Cambio Climático o el propio gestor de infraestructuras ferroviarias, Adif.

Los representantes de las cuatro asociaciones que formaron parte de la mesa de debate expusieron con todo lujo de datos y hechos que ahora ya no solo es el histórico abandono municipal el que propicia el desfavorable diagnóstico, sino que a esta administración se unen otras, como la citada Generalitat y el propio gobierno central, que una y otra vez se niegan a cumplir la ley en un puerto de ciudad donde se siguen realizando actividades contaminantes prohibidas por la propia ley —transporte de graneles a cielo abierto, fabricación de productos tóxicos, futuro plan de macrodepósitos…— que no son ya solo un atentado a la salud de los vecinos, sino un potencial peligro para toda la ciudad en caso de accidente y de “consecuencias parecidas a lo ocurrido hace unos años en el puerto de Beirut”. Silencio.

Intervención de una vecina de Ciudad Requena en el acto (Fotografía: Pepe López).

La radiografía de estas tres jornadas permitió poner la lupa una vez más en una ciudad desgarrada y abandonada al norte, amenazada y maltratada al sur y duramente golpeada en su corazón, el casco histórico. Son éstas, las tres zonas en donde tanto cuesta que penetre ese nuevo señuelo de marca-ciudad de inteligencia artificial y en las nuevas tecnologías como agarradera de futuro, en palabras aproximadas del profesor José Ramón Navarro Vera.

Seguramente todo esto, todos estos proyectos e iniciativas, estas jornadas ciudadanas, no sean mucho, acaso solo unos pequeños remos para hacer que la barcaza no acabe naufragando. Ni siquiera está claro que algunas de las voces desgarradoras que allí se pudieron oír —A mi cada día me cuesta levantarme de la cama porque sé lo que hay al otro lado de la ventana, abandono y personas yendo y viniendo a buscar su dosis, dijo una mujer de Colonia Requena en uno de los actos— vayan a ser oídas; ni siquiera está claro que todo ello, sumado, que estos hechos aislados pero interconectados, vayan a provocar al menos ese ligero cosquilleo de alerta en la piel de quienes dirigen una ciudad acostumbrada al maltrato. Pero, quizás, al menos pueda servir de recordatorio de la ciudad que —ahora sí— no queremos. Y también, de aquella otra que unos pocos siguen soñando aún es posible.

Pepe López

Periodista.

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