Alguna vez aprendí que ante cualquier hecho presumiblemente noticiable hay que plantearse las preguntas básica: ¿qué?, ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿quién? y ¿por qué?
Lo he hecho los últimos días ante tres fachadas de edificios en obras. El primero en la calle Díaz Moreu, en el que se vislumbran operarios tras una fachada mantenida con andamios sujetos en su base con hormigón. Se trata, según parece obvio, de conservar la estética de un edificio del siglo pasado, que es —sin duda— un ejemplo de la arquitectura de la época que a mi modesto entender se justifica por sus simpáticas balconadas. El esfuerzo económico, frente a la alternativa del derribo total y edificarlo de nuevo me parece más que justificado.
Las mismas preguntas me he repetido frente a otro sito en la confluencia de la avenida de Salamanca con la de Benito Pérez Galdós, el cual parece ser destinado tras su reedificación a un hotel. La fachada no me parece que justifique el esfuerzo económico de mantenerla (sin contar las molestias para los peatones) cuando podría ser perfectamente reconstruida imitando la original, y como ejemplo aporto fotografía de un edificio, nuevo, construido hace un par de años en la calle Belando, esquina Berenguer de Marquina, que recoge las esencias de la arquitectura de la época, en formas, color y herrería de ventanas y balcones.
Y un ejemplo más de anacronía: en la plaza María Yolanda Escrich (antes de la División Azul, denominación felizmente cambiada) se está reconstruyendo uno de los bloques. Es un decir, porque me parece que las obras están suspendidas desde hace meses, y las familias que se desalojaron estarán más que desesperadas. Pues bien, con el coste añadido que supondrá ajustar los nuevos planos a los huecos de la fachada, bien podría haberse derribado totalmente y reedificado siguiendo el estilo (ya hemos dado un ejemplo de que los buenos profesionales pueden hacerlo), y además pudiendo añadir alguna planta más, incluso sótanos para plazas de garaje. Y en la misma sintonía podrían atacarse los demás edificios de la plaza en el futuro sin que el estilo urbanístico de época franquista se vulnerara. Seguro que con un coste inferior y con más rentabilidad para las arcas públicas que están acometiendo el proyecto. Seguro que mi hermano Fernando, que vivió en esa plaza, cronista municipal durante años, se mesaría el bigote ante tal incoherencia.
Así que sigo andando por la ciudad y mis introspectivas preguntas siguen sin respuestas válidas. Tengo que hacérmelo mirar.
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