Tras las fiestas Navideñas, la sociedad nos ofrece una nueva oportunidad de celebración. En este caso, nos encontramos con San Valentín, una oda al amor romántico, a ese del que tanto nos han hablado películas y canciones y que hay a quien nos provoca un cierto rechazo por la cara oculta que conlleva: una en la que, al otro lado de las escenas llenas de eternas miradas y momentos de felicidad, aparece el apego y la dependencia emocional con el consiguiente sufrimiento.
San Valentín nos despliega una potente campaña de marketing, ofreciéndonos una amplia gama de productos para obsequiar a la persona amada, enviando con ello un mensaje no escrito que reza: “Si no regalas nada a tu pareja, es que no la quieres”.
Jóvenes y adolescentes crecen, año tras año, rodeados de este ambiente que siembra en ellos, a mi parecer, un mensaje erróneo y perjudicial acerca de las relaciones sentimentales y del amor en general, facilitando en esta franja de la sociedad, una tendencia a la dependencia e inestabilidad emocional en función de la aceptación o valoración del otro.
Si tenemos en cuenta la vulnerabilidad que este grupo de la población vive, debido a que su desarrollo y madurez como personas individuales aún no ha terminado y al efecto que los cambios hormonales llegan a producir en su interior, podemos llegar a imaginar el impacto negativo que un mensaje así puede causar en su desarrollo como personas emocionalmente maduras.
Por ello, y debido a lo que he podido observar en mi camino, asegurarnos de ofrecer amor incondicional a nuestros menores, desde el inicio de su vida y en cada una de las etapas, les garantiza esa seguridad interior y esa estabilidad emocional con la que serán impermeables al posible rechazo o desamor futuro y, sobre todo, sembrando en su interior la autoestima y el amor incondicional hacia uno mismo, podrán vivir en un estado de felicidad y plenitud interna independientemente de que encuentren en el exterior alguien con quien compartir su camino o no.
Sentir la necesidad de celebrar el amor un sólo día nos desvía del hábito de integrarlo cada día de nuestra vida. Vender la idea de que “hay que” demostrarlo con algo material, debilita, en mi opinión, la esencia de los sentimientos y, en todo caso, soy más partidaria de preparar un detalle personal y artesano, o un tiempo especial compartido a través de una experiencia, que el hecho de comprar un obsequio material falto de significado emocional.
Mi invitación es que integremos el espíritu de San Valentín en cada una de nuestras jornadas, en cada encuentro y en cada momento de nuestra relación con las personas que queremos de una manera u otra, una oda al amor verdadero, a la aceptación incondicional y la valoración de cada uno de nosotros, que no a la idea de un amor romántico que igual nos da la felicidad que nos la arrebata del todo.
Si soñamos con la felicidad de nuestros hijos e hijas, ¿qué mejor regalo que sembrar la semilla del amor desde el inicio en su interior?
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