Sea esto un canto de llamada a la esperanza. Es David Amado Fernández quien nos dice que “en Jerusalén salieron de dudas, pero fue también el lugar de la prueba”. Los Magos eran gente humilde capaz de entender el significado de las estrellas porque carecían de todo afán de dominio. «Al auscultar sus corazones, escuchaban lo más sencillo, que es también lo más profundo: el rumor de una voz antigua que el afán del mundo no había logrado apagar y de la que se hacía eco toda la naturaleza», continúa David Amado.
Ya nos lo había advertido el Papa Francisco cuando escribió que “El mundo es algo más que un problema que resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza”. Poco sabemos de los magos, pero a ellos sí que les bastó una señal del cielo para que se decidieran a recorrer los caminos de la tierra. La contemplación precedió a la marcha y como no habían distraído sus energías en cosas fútiles, cuando apareció la estrella comprendieron enseguida su importancia: Llegan a Jerusalén y preguntan con ingenuidad de niños. Allí hay un palacio y lo ocupa uno que se dice rey. Así que los Magos no se dejaron seducir por el poder mundano de Herodes. Ningún imperio humano respondía a la inquietud de la pregunta que los había puesto en camino. Acogen la noticia que anunciaba el nacimiento del Mesías en Belén, pero no se contentan con el conocimiento. Atentos a las indicaciones de los que conocían las profecías, continúan su camino. En esa distancia entre el conocimiento y la postración adoradora, la que hay que recorrer para que la esperanza se transfigure en una “alegría inmensa”: la experimentaron los Magos al ver que la estrella acababa su misión señalando la casa en la que se encontraba aquel Niño.
«Todo el universo tiene un sentido, así como la vida de cada persona dentro de él. El firmamento inabarcable no cumple la función de entretener a los hombres impidiendo que broten las preguntas fundamentales. Abren sus cofres y le ofrecen presentes: oro, incienso y mirra. Indirectamente evocan que aquello más grande que el hombre puede alcanzar, sea por su poder o por su ciencia, se ve sujeto al límite de la propia finitud de la que es signo la muerte. La tradición ha reconocido en los regalos que ofrecen una muestra de la divinidad de Jesús, de su realeza y de su verdadera humanidad, que se ofrecerá por nosotros en el árbol de la cruz. En Jesús se desvela el significado profundo de todas las cosas».
David Amado Fernández
La fiesta de los Reyes nos lleva a reconocer ese deseo, inscrito en el corazón de todo hombre, de encontrar la respuesta a los interrogantes más profundos sobre el mundo y sobre la propia vida; a pensar y pedir por todos; sí, todos los que honestamente buscan. Que los hay.
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Abundan los que ya no buscan. Están tan satisfechos de haberse encontrado a sí mismos que ni el Otro ni los otros les importan un bledo. Son unos pobrecillos. Un brazo.