Sigo, entre la sorpresa y la indignación, la polémica que se ha suscitado con las vacunas últimamente. Pareciera que nuestros gobernantes no se han enterado, o no me he enterado yo de lo que nos está pasando de poco más de un año a esta parte.
Así, para centrar la cosa, conviene recordar que desde que apareció esta desgracia han muerto más de 100.000 personas en España por más que nuestro gobierno se empeñe cínica e inútilmente en no reconocer a los fallecidos que no fueron diagnosticados de covid con la preceptiva PCR cuando no había PCR. Y son centenares de miles los que han probado los servicios de los hospitales españoles en sus distintos grados de atención. No es poca cosa. Es necesario una ceguera nivel «Miguel Bosé» para no tomar consciencia de la magnitud de la pandemia.
Por motivos que me cuesta entender, no hemos sido capaces de encontrar en este tiempo un medicamento eficaz contra esta enfermedad. Es obvio que debe ser suficientemente complicado para que toda la maquinaria farmacéutica mundial no lo haya conseguido ni en el sector público, con garantía de pingües beneficios, ni en el privado. Más increíble aún es que, desde el primer momento, se abrieron líneas prometedoras y con distintas técnicas para el desarrollo de vacunas. Hasta el punto de que antes de acabar el muy poco añorado 2020 ya se empezaron a administrar las primeras dosis, habiendo pasado por tanto los pertinentes pasos y controles que exigen los protocolos del asunto.
De récord sí. Pero nunca se dedicaron tantos medios ni hubo una extensión tan grande de la enfermedad que permitieran que las pruebas en voluntarios se pudieran hacer de manera masiva y con resultados fidedignos bastante rápidos. Hubo casi doscientas iniciativas, muchas de ellas siguen su proceso (tres españolas entre ellas aunque, siempre haciendo honor a nuestra historia, éstas sin apenas recursos) y casi una decena se están administrando ya de forma masiva o, con más propiedad, con la intensidad que permite la capacidad de fabricación y suministro de los correspondientes laboratorios, muy por debajo por ahora de las posibilidades de administración y aún más lejos de las cantidades necesarias para lograr una protección generalizada. La inmunidad de rebaño que dicen los que saben.
Y en éstas aparecen efectos secundarios perniciosos en una de las principales apuestas europeas, la desarrollada por la Universidad de Oxford y la Farmacéutica AstraZeneca con fuerte apoyo económico de la UE. Ya la polémica inicial con los incumplimientos de plazo no ayudó en exceso al buen nombre del preparado. Tampoco las limitaciones en los rangos de edad, por los grupos de voluntarios elegidos para las pruebas, y la cambiante eficacia publicada por su fabricante para rematar con el chusco asunto de las varias decenas de millones de dosis «escondidas» en un almacén italiano.
Pero volviendo a los efectos secundarios se reportan algunas muertes debidas a procesos trombóticos que parecen guardar una relación más que evidente con una reacción a la vacuna.
Y aquí empiezan los vaivenes. Países que prohíben o limitan su aplicación. Rangos de edad cambiantes por días. La propia EMA (Agencia Europea del Medicamento) diciendo una cosa y la contraria en escasas horas, como si fuera un político español cualquiera.
Y la gente que ya empezaba a ser vacunada tenía que oír un día que era segura y al siguiente parar la vacunación. De prohibirlas por encima de 5O años a reservarla para los mayores de 60. Y todo eso cambiando entre países, incluso entre autonomías. Y mientras, ciento y pico de paisanos al día como mínimo, a mejor vida.
Recordemos también que los casos de muerte susceptibles de relación son, números redondos, de uno por millón.
Mi hija y más de un amigo, vacunados con la AstraZeneca por su condición profesional, y preocupados como todo el mundo por lo relatado, me comentaba su inquietud buscando un poco de alivio, sabedora de mi afición por la actualidad y por los números. Y aun partiendo de un entusiasmo limitado por mi parte, no pude dejar de mirarlo desde un punto meramente estadístico, partiendo siempre de la premisa de que vivir es peligrosísimo y que hay infinitas formas de palmarla, siendo una de las más probables caer por el dichoso bichito que nos ameniza la vida el último año ya largo, y vendría a ser así:
Imaginemos los dos bombos de la lotería de Navidad. Uno, el pequeño, el de los premios tiene algo menos de 2.000 bolitas. El de los números tiene 100.000 pero para nuestro ejemplo tenemos que poner un bombo más grande, para que te quepan un millón de bolitas. En resumen, tienes un bombo con dos mil bolitas y otro con un millón. Y la vida te obliga a jugar. En cada bombo hay una bolita que te mata (sólo una). Tú solo puedes elegir de qué bombo sacas la bolita. Si lo sacas del pequeño tienes una contra dos mil posibilidades de morirte, que es la probabilidad que tienes de morir de covid si no te vacunas. Si lo sacas del grande tienes una contra un millón de posibilidades de morirte, que es la probabilidad de morirte al recibir la AstraZeneca (si se confirmara que todos los casos habidos de muerte son todos relacionados con la vacuna como tiene toda la pinta). Elige bombo.
Asumiendo que esto es una simplificación extrema, espero que se me entienda.
Una amiga que leyó esto me dijo que no se podía consentir que esta vacuna sea una ruleta rusa. Pero la diferencia de riesgo es tan exagerada que se responde sola. No pienso que la ruleta rusa sea una comparación ni aproximada ni justa. Y no sólo por lo grande que tendría que ser el tambor de revólver.
No se puede consentir que nuestros sanitarios se hayan protegido por meses con bolsas de basura, no se puede consentir que nos dijeran que las mascarillas no eran necesarias por el simple motivo de que los responsables y sus miríadas de asesores no lo hubieran previsto (que avisados estaban), no se pueden consentir muchísimas cosas en las que seguro estamos de acuerdo. Pero sobre todo, lo que no podemos consentir es que mueren cientos de personas cada día que no morirían si todos estuviéramos vacunados. Al precio de 47 muertos si se mantuviera lo que parece ser la ratio (ya nos enteraremos de las otras). El problema es que NO HAY HOY VACUNAS PARA TODOS ni las va a haber en meses. Por imposibilidad técnica o por impericia, desidia o inutilidad de los responsables. Ahora da igual. Yo no soy un entusiasta de la vacuna, obviamente si pudiera elegir, miraría cuál me conviene más y una vez decidido, asumo el riesgo que (remotamente bajo) existe. Como lo asumo cuando cojo el coche o tomo ibuprofeno que si lees el prospecto igual no nos lo tomamos. Es sólo una cuestión de mal menor si se quiere, pero tan tremendamente descompensado que, desde un punto de vista racional, no presenta ninguna duda. Eso sin entrar en el desastre que supone para la economía, para la educación, para la salud mental de niños y mayores, para nuestras vidas en general esta situación.
Esto hay que pararlo cuanto antes y como sea. Y el precio por lo que puedo ver no es superior, ni de lejos, al de cualquier medicamento que se administrara de esta manera.
Pongamos que acepto el símil de la ruleta rusa pero con esta puntualización. Para que la bala te mate, si el tambor es de 6 balas (el de un millón se haría incómodo) tendrías que probar 7 veces y atinar las 7 a la primera. Y aun así sólo tendrías un cuarto de probabilidad de morir. Es que uno contra un millón es una cifra casi ridícula (menos para el que le toque claro). Para poner un ejemplo triste pero significativo, cada día se suicidan unas 4 personas en España. Sólo el aumento de suicidios por los desajustes psicológicos que está acarreando la pandemia ya sobrepasa en mucho los efectos perniciosos de las vacunas conocidos hasta ahora. Lo dicho, no me entusiasma pero estamos en una pandemia. Una guerra donde inevitablemente hay «fuego amigo». Y en 6 meses si no antes podremos elegir «armas». Hoy, desgraciadamente no.
Estamos viviendo el necesario seguimiento farmacológico en tiempo real como nunca se ha hecho con ninguna medicina. Y con todos los focos mediáticos encima cuando debiera ser una cuestión profesional como con todos los demás medicamentos. Amenizado por la titubeante acción de los responsables políticos infinitamente más atentos a la repercusión en su imagen que al resultado sanitario.
Es un disparate. Estamos con la casa en llamas en un noveno piso, el bombero está desde el exterior de la ventana sobre la escalera retráctil ofreciéndonos la mano y nosotros, antes de subir, le estamos exigiendo el certificado de idoneidad del mecanismo de la escalera.
No, no estamos en circunstancias normales, estamos en una pandemia. Está contagiándose y muriendo gente cada día, se están mal atendiendo otras patologías por los recursos que detrae el covid, sectores completos de la economía se están hundiendo (miles de empresas ya no volverán) y tenemos la mano del bombero que sacará tan pronto como pueda a nuestra familia con los medios que tiene. Aceptémosla, por nosotros y por solidaridad.
Como decía al principio, vivir es peligrosísimo, pero es de exigencia valorar los riesgos con seriedad y optar por el más bajo. Nada en nuestra existencia tiene riesgo cero.
Esta semana han suspendido el previsto reparto de la fórmula de Jansen a la que se ha relacionado con unos poquísimos casos de trombos y una muerte frente a ¡¡más de seis millones de vacunas inoculadas!! Repito, estamos locos. Además, se van conociendo los síntomas de esas reacciones y basta con estar atentos para disminuir el riesgo más aún.
No hay muertos de primera ni de segunda. Hay más o menos muertos.
Mientras no haya vacunas para todos es una obligación moral vacunarse tan pronto como sea posible y con la marca que nos toque. Cuando la incidencia y las muertes bajen (miremos Israel, incluso Reino Unido) seguramente podremos optar a futuras dosis de «recuerdo» pero el problema es ahora, y ahora… tenemos que elegir bombo.
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