Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Impulso irresistible

El duque de Rivas, el don Álvaro, los romances…

Ángel de Saavedra, duque de Rivas (Fuente: Cervantes virtual).

¿Cuáles son los orígenes del Romanticismo en España? Se ha hablado siempre, al tocar este tema, de las influencias extranjeras; cualquiera diría que el romanticismo es cosa que ha nacido entre nosotros únicamente por sugestión extraña. Se aquilatan las influencias de Francia y de Inglaterra y de Alemania; pero, ¿y la propia corriente española? ¿Y el ambiente que se iba formando poco a poco desde antes del siglo XIX? Sin duda este ambiente ha sido también determinado –al menos, en parte– por hálitos de fuerza; mas ¿qué tendencia de una literatura nacional podremos decir que se debe única y exclusivamente a sí misma? Y sin la fecundación extraña, ¿cómo podría en un país surgir una modalidad vigorosa y original –sí, original– de arte?

(Azorín: Rivas y Larra).

La descripción del paisaje, con lentitud y profundidad; con parones, con silencios, escarbando la cosa curiosa o poco vista, la luz que se queda en una pared blanca percibiendo un adelanto de chillido porque parece que va a explotar esa concentración de colores o ese enjambre de seres vivos apelotonados en dos palmos de pared luminosa por ser tan clara y tan delicada. Y exclamar nosotros con estupor, y sonreír cuando esa visión artística, con talle ajustado se acerca como lo que es: una dama bella con larga cola de innumerables pliegues que suenan al caminar con estilo y con ritmo, con el palmeo gitano sumamente vivo por llamativo y peleón, tan bien acompasado. Todo es arte, todo es cultura densa, natural. Luego vendrá la luna y se reflejará en cada esquina y en cada adoquín, con el adorno sublime de las flores andaluzas, blancas, verdes, rojas, y aromas de hierbabuena. El Don Álvaro o la fuerza del sino (1835) ha sido el libro que ha marcado el apogeo del romanticismo en España, según Azorín. Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Alfredo de Vigny, tuvieron que ver en ese éxito. Escribió Hugo que “como objetivo al lado de lo sublime, como medio de contraste, lo grotesco es, a nuestro juicio la más rica fuente que la naturaleza pueda abrir al arte”. Rubens lo comprendía sin duda de esta manera cuando se complacía en mezclar a los alardes de las pompas reales, a los coronamientos, a las espléndidas ceremonias, alguna fea figura de un enano de corte. Y esa mezcla entre lo profano y lo ideal es la que, abandonada desde nuestro teatro clásico, se decide a volver a llevar Rivas a la escena, de un modo más positivo, alentado por el ejemplo del gran Hugo.

“En Cuanto Vigny, por esas fechas (1827) lleva el prólogo a la novela “Cinq-Mars”; prólogo algo más sustancioso y trascendental que el de Cromwell, prólogo en el que se sienta una honda doctrina respecto a la verdad estética y la verdad histórica que ha merecido, a muchos años de distancia, la adhesión de Menéndez y Pelayo en sus “Ideas estéticas”. Rivas, cordobés, es el poeta de Sevilla. Con viva intensidad siente Saavedra (1791-1865) el ambiente –voluptuoso y melancólico– de la bella ciudad andaluza. Hay en este ambiente algo que nos hace olvidarlo todo, conmovernos no sabemos por qué, añorar no sabemos qué cosas que no hemos conocido nunca. Es la luz; son las sombras gratas; son los carmines suaves de un crepúsculo; es un naranjo en un patio empedrado de menudos guijos; es una callejuela blanca de cal (y silenciosa, profundamente silenciosa); es un alcotán que revuela blandamente, en torno a la Giralda, sobre un cielo azul, límpido. Y después la indolencia, la lentitud, la canción lánguida y triste, la tez morena y los ojos relampagueantes… ¡Qué bien que Ángel Saavedra, en cuatro o seis versos, como al pasar, nos da la impresión de todo esto! El Don Álvaro ha sido la obra que ha marcado el apogeo del romanticismo en España.”

Pero el duque de Rivas, ¿era un romántico o un pintor? Era las dos cosas. Su obra literaria, para un crítico, es la de un pintor. Ama Ángel de Saavedra el color, el contraste de los colores. En sus romances se complace en describir menudamente los muebles, los trajes, el aspecto de la calle y de la campiña. Contrastes de luz y de sombra, contrastes de colores (en los indumentos pintorescos, por ejemplo), los podemos encontrar frecuentemente en sus poesías. Para comprender mejor todos esos matices lo que hace el escritor es reflejarlos claramente en la mentalidad española del momento: en el teatro. Ahí es donde podemos apreciar el grado de nuestra capacidad para la lógica, para la exactitud, para la coherencia. Y el grado en que un pueblo tenga estas cualidades, así será de más o menos intensa su civilización.

Hay en este libro de Azorín una página que él mismo titula “Párrafo sobre el hiperbolismo español, donde podemos leer: “¿Por qué los españoles, oradores, políticos, periodistas, críticos, poetas, etc., pensamos EN HIPÉRBOLE? Causas principales: pereza mental, incomunicación intelectual, ignorancia. Ejemplos de hiperbolismo: en su folleto “Pericia geográfica de Miguel de Cervantes, 1840”, don Fermín Caballero dice que Cervantes describió así el baile de las SEGUIDILLAS: “Allí era el brincar de las almas, el retozar de la risa, el desasosiego de los cuerpos, y, finalmente, el azogue de todos los sentidos”. Caballero añade: “Leyendo estas imágenes sublimes nos parece estar gozando de la visión intuitiva de nuestro baile nacional. ¡Imágenes sublimes! No acertamos a ver sublimidad ninguna en lo copiado”, expresó Azorín.

Demetrio Mallebrera

Periodista.

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