Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Poesía

Carlos Sahagún, el hombre que contemplaba el mar

Carlos Sahagún, por Ramón Palmeral.

La mirada del poeta alicantino Carlos Sahagún había bebido en las profundas aguas del Mediterráneo y quedó trasformada para siempre.

El poeta Carlos Sahagún Beltrán nació en Onil (Alicante) en 1938, pertenece al grupo de los poetas de la generación de los 50. En 1963 fue incluido en la antología Poesía última de Francisco Ribes, con otros poetas coetáneos, reunida después en Antología de la nueva poesía española por José Batlló y publicada en 1968 por Barral, Caballero Bonald, Gil de Biedma, Ángel González, José Agustín Goytisolo, Félix Grande, Claudio Rodríguez, Carlos Sahagún y José Ángel Valente.

Sahagún concibe la poesía como la única certidumbre de la existencia, sus poemas son de tono simbólico y elegíaco, en ellos aparecen los temas del paso del tiempo y la pérdida de la inocencia y el encuentro con el amor, junto a temas sociales, motivos que también aparecen en los demás poetas coetáneos.

Fue lector de español en la universidad de Exeter y catedrático de literatura española en diversas universidades españolas. Es considerado por la crítica como el poeta más joven de su generación, cuyas poesías constituyen un testimonio colectivo de la historia de su tiempo. Se distingue en la mayoría de las antologías por su presencia notoria

Se inició en la poesía con el poemario Hombre naciente, sus primeros versos son un canto a la vida, celebrada y sentida desde la plenitud porque en el principio todo era puro.

Son versos que poseen una gran sencillez y emotividad, ya que fue siempre consciente de su destino poético con una madurez ideológica, que le va a ir acompañando a lo largo del tiempo, ya que siempre su mirada va a adentrarse en ese paraíso terrenal que no se diluye, a pesar de los cismas y renuncias que irán aconteciendo en su vida

De izquierda a derecha: Manuel Molina, Rafael Alberti y Carlos Sahagún, en Roma, 1970 (Fuente: http://carlosfenollmultimedia-centenario.blogspot.com/).

 A imagen de la vida

Qué niño irá a caballo pensativo
hacia el mar insondable
para contarnos una dura historia
de despojos guerreros y de hambre
como aquel mediodía que revive
aún hoy
bajo los cascos sollozantes.
Tal vez la vida sea para otros
asunto menos grave
música que escuchamos desplegada
dulcemente en el aire
larga espera en la seguridad
de que el tren llegará
temprano o tarde.

Es en su poemario Profecías del agua (Premio Adonáis, 1957) donde percibe la experiencia de su yo más íntimo, como una fuente de vitalidad caudalosa, como un manantial del que brotan aguas serenas y limpias, porque todo está sin mancillar.

Sahagún sabe perfectamente profundizar en su memoria para que afloren las vivencias de sus primeros años, que irán surgiendo llenas de nostalgia, como historias lejanas asomadas a las terrazas del tiempo.


En el principio, el agua
abrió todas las puertas, echó las campanas al vuelo,
subió a las torres de la paz, eran tiempos de paz,
-bajó a los hombros de mi profesor-
aquellos hombros suyos tan metafísicos,
tan doctrinales,
tan florecidos de libros de Aristóteles,
bajó a sus hombros, no os engaño,
y saltó por su pecho como un pájaro vivo.

El poeta parece meditar absorto en sus pensamientos, como un guerrero solitario de la poesía, porque es en la contemplación de la infancia donde siente en sus ojos el reflejo de la inocencia, como una luz infinita que le ciega y le hace sollozar hacia dentro, para que el río del llanto no rompa ese silencio mágico de su inspiración.

Era el otoño y la hoja de aquel árbol
temblaba. También yo, también nosotros
teníamos un temblor nuevo, una nueva
y enfebrecida tarde. Como el mar
que rompe hacia las rocas y las vence,
así eras tú, estudiante. Conocía
tu soledad, tu cuerpo, desde antes
de ver tu cuerpo y ver tu soledad.
«¿Estudias mucho?» «Estudio poco.» «¿Vives
poco?» «No, vivo mucho.» Parecía
que tus palabras me arrastraban, era
todo tan nuestro de verdad, tan bello
de verdad, tan sencillo. Me acordaba
de aquel niño lejano que aún creía
en Dios, en sus milagros.

Es desde esas balconadas grandes y desnudas dónde Sahagún se asoma al mundo para experimentar la vida en su máximo esplendor. Con su visión pura y nítida, aún virgen, observa la existencia todavía henchida de alegría de vivir, para luego, una vez perdida la inocencia, ir a proclamar desde su “yo” más maduro, la unión con una humanidad en la que la fraternización y el compromiso serán sus máximos ideales. Es en esa unión universal donde cabe esperar la resurrección del fénix, después de haber muerto a esa visión idílica de la vida, en que la alegría exultante de la juventud hacía desaparecer cualquier nube oscura.

Montaña nevada

Cuenta conmigo, Dios, que estás tan cerca,
Dios a quien casi toco humanamente,
dame la mano, alcánzame la mano,
coge mi corazón, siémbralo, coge
mi soledad siémbrame, dame
tu mano muerta y viva.

Hay en la poesía de Sahagún un profundo lirismo y una emocionada sencillez, sin excesos lingüísticos, haciendo de la claridad y la frescura su forma más perfecta de concebir su obra, con esa fluidez y belleza que le conduce a un deseo de renovación universal.

En el año 1961 publica Como si hubiera muerto un niño. Es en este poemario donde se aprecia cómo la pérdida de la infancia es compensada con la presencia del amor.

Aparece esa mirada suya tan personal, que todavía conserva el fulgor de la pureza para descubrir ese amor errante que ha sobrevivido al tiempo y le esperaba desde siempre.

Claridad del día

Te digo que ésta ha sido la primera
vez que amé. Si la tierra que ahora pisas
se hundiera con nosotros, si aquel río
que nos vigila detuviera el paso,
sabrías que es verdad, que te he buscado
desde niño en las piedras, en el agua
de aquella fuente de mi plaza. Tú,
tan flor, tan luz de primavera, dime,
dime que no es mentira este milagro,
la multiplicación de mi alegría,
los panes y los peces de tu pecho.
Y vienes y te quedas.

El reloj impasible del tiempo sigue oscilando entre el presente que aparece en toda su plenitud porque la pasión amorosa y la vida compartida se le desvelan como una vertiginosa fuente de ilusión. Será esta fuerza de la presencia del “tú”, la que hará que los punzantes recuerdos se mitiguen, porque el amor es un bálsamo que adormece el dolor de las heridas.

Pero, ¿qué es este viento, quién me coge
el corazón y lo levanta e vilo,
y lo hunde y lo levanta en vilo? Una
muchacha azul en la orfandad del aire
ordenaba los pájaros. Sus manos
acariciaban con piedad el árbol,
y el estanque, y aquel lejano monte
ceniciento. El jardín ardía al sol.

La miré. Nada. La miré de nuevo,
y nada, y nada. Alrededor, la tarde.

En los siguientes poemas, ya no va a asistir a una contemplación de su infancia con el rostro desencajado por la tristeza de la pérdida, es la luz de la presencia de la amada, la que irrumpe después de un camino opresivo, apareciendo como una suave brisa de salitre, que anuncia la proximidad del mar y le hace sentirse feliz y liberado.

Es ahora frente al tú, cuando toda su esperanza incierta se ha convertido en una rotunda certeza. Es en la mujer amada donde va a encontrar el motivo que le ayuda a proclamar su pasión con versos sinceros y emotivos.

Blanca, casi de mármol,
como un escalón puro para subir a Dios.

No sé qué hacer, dónde buscar
mis palabras más verdaderas, cómo decirte
que llevo en la mirada reflejado tu pecho,
y los brazos me caen, como en derribo,
al verte aquí, a mi lado, morena, lejos siempre.

Voy hacia ti como hacia el mar, despliego
las velas, ay, las alas de mi infancia,
veloz mi corazón cruza la arena,
se me dobla el dolor, te miro
toda de agua navegable, toda
pequeña,
como una estrella húmeda y parada.

Carlos Sahagún publica en 1973 Estar contigo. En su memoria siempre están presentes los recuerdos de su niñez para conjurar el olvido de aquellos años que marcaron tan profundamente su infancia. A pesar del tiempo trascurrido se verá sorprendido por versos remotos que brotan como un arroyo callado y oculto de entre sus pensamientos, para abrirse paso a la luz.

Desembarco

Perdida la ocasión en las batallas,
años después, hombres y niños esperábamos
un desembarco salvador.
Se poblaban las playas de miradas,
los sueños, de navíos.
Pero nadie venía a destruir
la tiranía del silencio.
Nada en el horizonte de color Normandía.
Sólo espuma en la orilla y tierra inhóspita
bajo los pies descalzos, anhelantes
y acobardados.

Con sus ojos velados por el cansancio sigue esperando la madrugada después de engañar al sueño, por la ilusión del retorno hacia ese tiempo tan añorado. Sus poemas van a brotar como esa memoria imborrable que recoge la visión testimonial de toda una generación.

Amanecer

He visto un niño con tambor a la orilla del agua.
Yo no sé si ha venido a lastimarnos
con su canción al viento, ni sé si hay forma humana
de estar como él, descalzo, ante la espuma,
hoy que no en balde subió la marea
a hacernos responder de nuestros actos.
En esta tierna alfarería, viva y frágil,
en este cuerpo que es proyecto y duda,
jamás afirmación, ¿me reconocería,
ahora que ya mis pasos y mi vida resuenan en lo oscuro?

Es en estos versos puros y sinceros donde podemos apreciar una poesía que trasciende hacia la verdad del hombre en su sentido más íntimo y personal, haciéndose eco de esa fraternidad existente entre el individuo y lo universal

Su vocación de poeta es finalmente reconocida recibiendo el Premio Nacional de Poesía en 1980 con su obra Primer y último oficio. Toda su obra poética ha sido como ir atravesando el tiempo con la premura y la lentitud de los relojes de cuerda, medidores de la vida. Con el mágico mecanismo de saltar del presente al futuro en cada campanada y del futuro al pasado en cada latido.

Errante

De nuevo hoy mismo partiría
y, aunque todo estuviera escrito,
indagaría aún en lo oscuro
buscando la llama abatida,
la herida cercana, el origen
de esta elegía sin destino.

Inútil como las palabras.
Necesaria como la vida.

Carlos Sahagún es el poeta de la autenticidad y la nostalgia. En los últimos años de su vida se mostró con tendencia al escepticismo y de forma voluntaria se fue retirando del escenario poético, manifestando en muchas ocasiones que no le preocupaba la posteridad. Para él la poesía fue una forma de autoconocimiento y salvación.

Quede mi nombre

Que mi reino no sea
la soledad del héroe pensativo,
sino tu fortaleza amurallada.
Hallen en ti refugio los días claros,
roto ya por mil flancos
el combatido cerco de la noche.
Y cuando zarpe el último navío
rumbo a la decepción definitiva,
quede mi nombre escrito sobre el agua,
indefenso, esperando
la hora en que tú desciendas suavemente,
sabiendo ya el camino, a recordarme
.

Y así él mismo confiesa:

“La vida es tiempo irreversible y se deshace año tras año”.

Este gran poeta alicantino y mediterráneo falleció en Madrid en 2015 sin ser notado. Reunía en su haber el Adonáis 1957, el Boscán 1960, el Juan Ramón Jiménez 1974, el Provincia de León 1978 y el Nacional de Literatura 1980. Carlos Sahagún ha muerto como había vivido: silenciosamente, quitándole importancia a su poesía y a su existencia. Permanezcan para siempre sus palabras y que las olas del Mediterráneo arrastren a la orilla de nuestra memoria su mensaje:

“Lo esencial no es sólo lo que se dice, sino el cómo se dice. En la vida, lo esencial no es lo uno ni lo otro, sino nuestros actos”.

María Pilar Galán García

Profesora de literatura y crítica literaria.

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