Introducción
Estaba documentando mi próxima novela que será un thriller sobre arte, ambientada en Alicante, Jávea, Segovia, Pedraza y Madrid, y llamó a la pantalla en blanco de mi ordenador el pintor Ignacio Zuloaga para decirme que quería entrar a la novela. Así de caprichosos son los personajes de las novelas, se presentan como fantasmas y quieren participar, que se les nombre. Soy de los novelistas que empiezan una historia y no sé cómo acabará. Investigo al par que el lector y yo mismo me asombro por la deriva que toman. Empecé con una obra del pintor oriolano Joaquín Agrasot, y se me cruzaron el cordobés Julio Romero de Torres y el vasco en Zuloaga.
Por lo tanto, y sin desvelar nada más de mi novela, he de reconocer que Zuloaga tenía más posibilidades que otros pintores de la época porque, además tenía más fuerza de presencia porque nos hallamos en el 150º aniversario de su nacimiento en Éibar (Guipúzcoa) el 26 de julio de 1870. Estoy convencido de que, cuanto más se evoca a los que se fueron al Parnaso de los artistas, estos se recargan, o se revitalizan espiritualmente como el gigante mitológico griego Anteo que, cuantas más veces lo derribaban con más fuera se levantaba. Pues algo parecido le ha pasado a Zuloaga que de tanto citarlo se me presentó en espíritu. Y en mi novela se ha impuesto él solito por derecho propio, y qué hago yo sino darle la alternativa, en varias instantáneas, como se decía antes, como una exposición corta, y es lo que voy a contaros seguidamente.
Manifiesto de los aliadófilos
Zuloaga, a pesar de estar casado con una francesa, residía más tiempo en España que en Francia. En Zumaya pasaba los veranos y entre Segovia y Madrid los inviernos, para estar en contacto con la intelectualidad del momento. Pertenecía a la generación del 98, y tenía amistad con el grupo de escritores modernistas, especialmente con Ramón del Valle-Inclán, Manuel Machado, Falla, Azorín, Juan Gutiérrez Solana y con Julio Romero de Torres que, en 1915 procedente de Córdoba, se había establecido en la madrileña Carrera de San Jerónimo junto con su hermano Enrique. Juntos frecuentaron las tertulias y los ambientes de la intelectualidad madrileña. Luego pasó a residir en la calle Pelayo, donde tuvo su taller de pintura.
Eran nuestros dos pintores Julio Romero y Zuloaga asiduos a varias tertulias como la del Café del Forno, Café de Levante y la tertulia del Pombo que oficiaba el escritor Ramón Gómez de la Serna, donde se encontraba con José Gutiérrez-Solana, Rusiñol, Bagaría, entre otros pintores. El Pombo lo “oficiada” Ramón Gómez de la Serna y firmaron el manifiesto aliadófilo en 1915 junto a Gregorio Marañón, Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, los hermanos Machado, Valle-Inclán, Unamuno y Azaña. Los aliadófilos eran los partidarios de los aliados contra los germanófilos en la I Guerra Mundial, aunque el apelativo se extendió también a la segunda Guerra Mundial. Muy genéricamente, aliadófilas eran las izquierdas radicales, republicanos, liberales, independientes, intelectuales y escritores.
Ferviente ideología falangista y el cuadro de Franco
Al iniciarse la guerra civil, Ignacio Zuloaga estaba en París con su familia, fue republicano hasta 1937, y al enterarse de que unos milicianos entraron en su casa y le robaron varios cuadros de su estudio de Las Vistillas de Madrid, y uno en una caja fuerte de San Sebastián de El Greco “San Francisco recibe los estigmas”, se mudaron a Zumaya (Guipúzcoa). Toda la familia se instaló en Zumaya, incluso su yerno Enrique Suárez, marido de su única hija Lucía, para custodiar su taller y sus obras. Este hecho, además de que procedía de una familia conservadora por parte de padre y abuelo, mas al tener conocimiento de que los milicianos destruyeron la ciudad armera de Éibar en su retirada para que las fábricas de armas no cayeran en manos de los nacionales que entraron en abril de 1937 y también incendiaron su casa-torre natal «Kontadoreka», Zuloaga se congracia con el nuevo régimen porque es la única forma de proteger su obra en Zumaya, Madrid y Pedraza. Se hace ferviente falangista. Sin embargo, no aceptó ningún cargo político en el 39, porque además tenía 69 años.
Se omite en las actuales biografías y cronologías que Ignacio Zuloaga tuviera ideología nacionalista y franquista hasta su muerte en 1945 a los 75 años en Madrid, como si ser franquista, en esta España de las ideologías «transmutantes» fuera un mal que hay que erradicar o tapar, para no perjudicarle en su pasado. ¿Pero a dónde hemos llegado? Un pintor, un artista, vale por su obra, no por su filiación política. Sabido es que el hecho de pintarle un retrato al Generalísimo Francisco Franco en 1940 ha derramado más tinta que cualquier otro de sus cuadros. Pero es que las posiciones políticas de entonces, hay que mirarlas desde el contexto histórico de la época de la Segunda República y Guerra Civil española, y no a toro pasado, 80 años después de la contienda como puedo leer en el catálogo de la exposición del Museo de Bellas Artes de Bilbao de 2019 por el comisario de la exposición Javier Novo González, historiador del arte en su artículo “Zuloaga ayer y hoy” no lo cita, sí cita el cuadro “El alcázar en llamas” de 1938. Tampoco pensó Zuloaga que Franco se iba a perpetuar en el poder.
Además como dice Pío Mora muchos intelectuales que apoyaron el advenimiento de la República se arrepintieron como Ortega y Gasset y el Dr. Marañón, dijeron «esto no es». Los propios republicanos como el radical Largo Caballero, que apostaba por la «dictadura del proletariado» o dictadura del PSOE y la guerra civil, y Alcalá Zamora por rencillas personales acabaron con la propia República, o la ineficacia de Azaña, un intelectual metido a político, sobre todo por las irregularidades del Frente Popular en las elecciones de febrero del 36 en un ambiente de anarquía y asesinatos.
Lo que también en verdad es que este polémico retrato al dictador ha ayudado a su fama, porque le expidieron un billete del Banco de España de 500 pesetas en 1954 y una serie de sellos de Correos en 1971. También pintó el asedio republicano del Alcázar de Toledo en 1936, hecho que llevó a cabo en su obra «Toledo en llamas» de 1938, asedio del ejército frentepopulista, y eventos asociados como la muerte del hijo del general Moscardó, fueron inspiración para las tropas nacionalistas. La Fundación Zuloaga sita en Madrid, dirigida por descendientes, omite intencionadamente este periodo de su biografía como puede observar el lector. A pesar de que en 1938 Zuloaga recibió el Gran Premio de la Bienal de Venecia, y en 1941 el Museo de Arte Moderno de Madrid le dedicó una gran exposición individual.
Perteneciendo Zuloaga al hoy satanizado bando falangista, como si fuera pecaminoso, sin mirar el contexto histórico de la época. No tenía cargos ni influencia política. Por aquella época fusilaron los franquista al poeta Pedro Luis de Gálvez (1882-1940 en la prisión de Porlier (Madrid) en 1940 tras un consejo de guerra. Este poeta escribió un soneto a un cuadro de Zuloaga titulado “La capa del villano”, Pedro había nacido en Málaga, hijo de un general carlista, se trataba de un poeta anarquista que tiene detrás una tragedia griega como biografía. El novelista Juan Manuel de Prada hizo protagonista a Pedro Luis de su novela Las máscaras del héroe, que se inicia con la larga carta de 40 páginas dirigida al directo de la prisión de Ocaña donde estuvo el poeta. Sin embargo, no es un poeta conocido por las masas como lo es Miguel Hernández.
“La capa del villano” (Cuadro de Zuloaga)
Parda tapa villana de burdo y fuerte paño
sobre los altos hombros del recio labrador
rememoras la traza del hidalgo de antaño
la mitad, campesino; la otra mitad señor.
Tú evocas una casa solariega, un castaño
a la puerta, un escudo y un galgo corredor,
un paisaje reseco, de tono gris huraño,
y unas matas de cardo, y una mata de amor.
Por las calles terrosas y angostas de la aldea
la capa, los domingos, con majestad pasea
sus pliegues estatuarios sobre la oscura arcilla.
Y al plegarla el villano con altivo talante
bajo el brazo siniestro, parece que un gigante
sobre su pecho pone la enseña de Castilla.
(Pedro Luis de Gálvez, “Ignacio Zuloaga y Segovia” por Enrique Lafuente Ferrari, Patrimonio del Museo Zuloaga, 1950, pág. 19).
Breve biografía de Zuloaga
Ignacio Zuloaga y Zabaleta nació en la localidad guipuzcoana de Éibar en el año 1870, era hijo de Lucia Zamora Zabaleta y del eminente damasquinador de armas Plácido Zuloaga y Zuloaga. He de hacer observar al lector que Ignacio se puso de segundo apellido, el segundo de su madre Zabaleta, puesto que el primero de ella, era Zamora, seguramente para parecer más vasco, aunque llegó a decir que se sentía más castellano que vasco.
Madrid, Roma y París
Desde muy joven se inicia en el dibujo y la pintura como autodidacta en el taller de su padre. Su formación escolar fue en Vergara con los dominicos, y posteriormente en un internado parisino dirgido por jesuitas. Vivió a caballo entre España y Francia. En Madrid copiará las obras expuestas en el Museo del Prado (1886), más tarde se trasladará a Roma (1889) y a París (1890) donde se establecerá, entrando en contacto con destacados artistas franceses: Degas, Gauguin, Toulouse Lautrec, Máxime Dethomas (hermano de Valentine que sería su mujer).
Durante su juventud en la capital francesa vivirá en la Isla de Sant Louis (una de las dos islas del Sena) con los catalanes Santiago Rusiñol y Miguel Utrillo. Son años de formación e intenso trabajo, que harán que su lenguaje plástico madure hacia un estilo propio y bien marcado.
El pintor alternará su estancia en París con largas temporadas en España, y en concreto en Segovia. En París se dedicará principalmente al retrato y desde Segovia iniciará su pintura de paisajes y de tipos castellanos, consolidando así su otro estilo, el de la «España negra». Tenía talleres de trabajo activo en París, Segovia, Madrid y Zumaya. Ignacio se casó en París con la francesa Valentine Dethomas y Thierré en 1899 con la que tuvo dos hijos Lucia (1902) y Antonio (1906), nacidos en París.
Zuloaga admiraba a Julio Romero de Torres, puesto que éste en 1914 conocía el retrato de “La Bella de Otero” (Carolina Otero) de Julio Romero pintado en 1914. Y Zuloaga, al que se le supone un romance con la cupletista La Bella Oterito (Eulalia Franco), imitadora de (Carolina Otero) la pintó en dos desnudos, uno en 1915 y otro en 1936, ambos en París. Las referencias sexuales son, en ambos cuadros, un clavel rojo en la mano de la chica, las flores sobre su cabeza, los zapatos rojos, los labios perfectamente pintados, los senos erguidos, mirando al espectador que tiene la sensación de saberse observado mientras mira el desnudo. Es como un juego perverso: el voyeur del voyeur.
Sevilla
En 1893 se instala en Sevilla en una corrala de la sevillana calle Feria, donde convivió con gitanos y aprendió el idioma caló y se aficiona a los toros. El pintor siempre se enorgulleció del conocimiento de esa jerga. Fue un estoqueador de toros malogrado en juventud. También residió en Sevilla capital para asistir a una escuela taurina que estaba en la Puerta de la Carne que dirigía su maestro Manuel Carmona «El Panadero», valiente torero. Y así lo dejaron reflejado algunos de sus amigos íntimos, entre los que se encontraba Antonio Díaz Cañabate, en una de sus crónicas en la que resume la trayectoria taurómaca del pintor:
“… porque Zuloaga fue un torerillo malogrado, como tantos otros. He visto torear a Zuloaga pasados los setenta años de edad. Toreaba como los toreros que tan insuperablemente pintó” (…) “Sabido es que su gran afición fueron los toros, que tomó lecciones y mató novillos en la escuela taurina que en Sevilla instaló Manuel Carmona, El Panadero, hermano de El Gordito, el que ideó el quiebro con las banderillas”.
En una tarjeta postal a Juan Belmonte le escribió:
“Creo que hubiese cambiado toda su pintura por haber matado en la plaza de toros de Madrid un toro, en la corrida de la Beneficencia, y verle rodar con las cuatro patas al alto y el tendido lleno de pañuelos”.
En 1897 residió en Alcalá de Guadaira para pintar gitanos y gitanas (a lo largo de su vida, llegó a pintar cerca de treinta pinturas y dibujos protagonizados por gitanos).
Una cogida grave en una pierna la obligó a abandonar los ruedos.
Segovia
A finales del verano de 1897 llega a Segovia, lo que supondrá, en un futuro inmediato, gran acontecimiento para la ciudad y una nueva etapa decisiva en su vida y arte. Ignacio Zuloaga descubre, de la mano de su tío Daniel, célebre ceramista, que tenía tres hijas, que le servirán a Zuloaga de modelos.
El periodista y poeta José Rodao fue su cronista en Diario de Avisos y El Adelantado de Segovia, y su biografía es de Enrique Lafuente Ferrari. Zuloaga tuvo tres talleres en Segovia, uno en la llamada casa del Crimen, otro en la casi derruida iglesia románica desafectada de San Juan de los Caballeros, donde montó su taller y después en Canonga Vieja. Quedó tan enamorado de Segovia que, tras su gran éxito de ventas de las exposiciones en Nueva York entre 1924 y 1925, compró el castillo de Pedraza por 14.000 pesetas.
El cuadro “La víctima de la fiesta” es para mí uno de los Zuloaga más auténticos de la llamada “España negra”, fue pintado en Segovia en 1910; es un óleo sobre lienzo de 284 x 334 cm. Muestra a un picador −Francisco el Segoviano, el habitual modelo de Zuloaga− que, agotado, cabalga en un rocín herido tras una corrida de toros cuando aún no se usaba peto protector. Por primera vez se ensayaron en Murcia los petos protectores en la novillada celebrada el 9 de enero de 1927 durante la dictadura de Primo de Rivera. Esta figura ecuestre de aspecto triste figura tiene ciertas connotaciones con el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, don Alonso Quijano. Es para mí unos de las obras fundamentales de Zuloaga que fue adquirida en 1928 por Archer M. Huntington, fundador de la Hispanic Society of America, por elevado precio, 40.000 dólares. Antes de su ingreso en la colección de la Hispanic Society, el cuadro fue expuesto en Roma, París, Budapest, Dresde, Múnich, Bilbao, Nueva York y Madrid, entre otras. Zuloaga es, junto con el valenciano Joaquín Sorolla, el artista español más internacional del cambio de siglo.
Vida cultural y exposiciones
Zuloaga tuvo una intensísima vida artística y cultural, pintó cerca de mil cuadros, destacando su colaboración con el mundo del espectáculo musical (escenografía para el Retablo de maese Pedro, y para la vida breve, ambas de Manuel de Falla, los bocetos para goyescas, de Granados, etc.). Además del castillo de Pedraza, también comprará la casa natal de Goya en Fuendetodos en 1925 y colaborará de forma activa en la conversión del convento de San Telmo de San Sebastián en el museo Municipal. Fue también un retratista muy solicitado por la nobleza y hombres de negocios, nacionales y extranjeros.
En los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, Zuloaga participará reiteradamente en grandes muestras internacionales, entre otras: Exposición Universal de París (1900), Exposición Nacional de París (1894, 1898, 1903, 1908 y 1914), Exposición Internacional de Barcelona (1907), Bienal de Venecia (1910-1938), Exposición Internacional de Roma (1911), entre otras. En muchas ocasiones fue galardonado, a pesar de la indiferencia que mostraban las autoridades artísticas españolas por una obra figurativa, alejada de las vanguardias del momento como el cubismo de Picasso.
Realiza también numerosas exposiciones en ciudades europeas y americanas: Bruselas, Colonia, Dusseldorf (1904), Bilbao (1901), París, Burdeos, Múnich, Budapest, Berlín (1902), Praga, Rotterdam, Amberes, Lieja, Venecia, Dresde, Viena (1905), Nueva York, Búfalo, Boston (1909-1924), México, Chile o Buenos Aires (1910). Era en su momento el pintor español más internacional y se hizo rico con sus cuadros.
Su estilo pictórico
Fuera de la influencia que en él ejercen los pintores del tenebrismo barroco es patente la influencia El Greco, Velázquez y de las “Pinturas Negras” de Goya, al que admiraba, sobre todo por las escenas de las corridas de toros. Tanto es así, como he comentado, en 1915 compraría su casa natal de Goya en ruinas, en Fuendetodos (Zaragoza) para junto a otros pintores rehabilitarla. En su obra destaca la miseria de una España sórdida y grotesca, mediante el uso de una pincelada gruesa y espontánea de cielo tenebrista. No gustaban sus cuadros de campesinos, brujas, poetas, enanos y cardenales, en los círculos oficiales por denunciar la verdad de una situación lamentable, calificada como “España negra” que, junto a los cuadros de José Gutiérrez-Solana, no fueron aceptados en exposiciones nacionales.
Reflejaba la situación de la España agrícola castellana más degradada, de manera que los ambientes y escenarios de sus cuadros son siempre arrabales atroces, esperpénticos a la manera de Valle-Inclán. Pobres, mendigos, gitanas, toreros, fiestas populares, caballos famélicos, ciegos de los romances, tullidos y chepas. El propio Zuloaga dijo en una ocasión: «Yo añoro y persigo, en el paisaje que todo cuanto se ha de convertir en elemento artístico aprovechable, lo potente, lo recio, lo áspero y hasta lo agrio, manifestándose en contrastes que tanto más se cautivan cuanto más violentamente se me ofrecen» (Esteban Calle Iturrino, revista Vida Vasca, Vitoria, 1945).
Se le distinguen tres etapas pictóricas
- 1.ª Etapa
De 1890 a 1898: «La España Blanca», coincide con sus años de formación en París y las estancias e inspiración en Andalucía pintando gitanas y en una escuela taurina. En esta época tiene dudas sobre su vocación y se forma como torero; estoqueó a 18 reses. Aparece en el cartel de 17 de abril de 1897.
- 2.ª Etapa
De 1898-1914: «La España Negra» o su consagración como artista universal con un estilo personal, coincide con su trabajo e inspiración en Segovia, junto a su tío Daniel, el ceramista, retratado en sus cuadros por su larga y blanca barba. Pintó grandes cuadros de composición más personal destacan “El Cristo de la Sangre”, “Las Brujas de San Millan”, “La víctima de la Fiesta”. Se convierte en el pintor de la generación del 98. Le preocupa el detalle en el ropaje y las filigranas, posiblemente aprendido en el taller de damasquinado de armas de su padre en Éibar, coloristas y, en cambio, subraya el gesto, la acción y la mirada, como vemos en el retrato sedante de “La condesa de Noailles” que es una maravilla de lujo en el ropaje con transparencias, o en “Lolita tendida”, del Museo del Castillo de Pedraza que, es sin duda, una técnica compleja de prácticas.
- 3.ª Etapa
Desde 1915 hasta su fallecimiento en 1945: “La Madurez”: El pintor con un estilo propio reconocido internacionalmente se instala entre París, donde pinta “Desnudo del clavel” (de una mujer desconocida) y su estudio de Zumaya (Guipúzcoa) donde pinta la mayor parte de su obra. Cada vez más se dedica a pintar para él mismo: paisajes, bodegones y desnudos. La sociedad internacional, sin embargo, le reclama como retratista.
En los retratos plasmaba a los personajes sobre paisajes como el de Franco en 1940, vestido de falangista envuelto en una gran bandera de España y de fondo Cuelgamuros, la zona granítica donde se construiría después el Valle de los Caídos. El hecho de reflejar más el sentido psicológico de los retratados que su mejor semblante le supuso algunos conflictos como su célebre altercado con el famoso concertista Paderewski, empleado para fines publicitarios por la empresa de pianos Steinway que no les gustaba el cómo quedó. Ni tampoco le gustó su retrato a Manuel de Falla, que aparece en los billetes de 100 pesetas de 1970. En cambio, Azorín estaba encantado con su retrato porque como paisaje de fondo estaba el castillo de Monóvar, y lo tenía colgado en su casa de Madrid. Entre sus numerosos retratos destacan también el de Manuel de Falla, Ortega y Gasset, Dr. Marañón, Unamuno, Valle-Inclán o Pérez de Ayala, y otros personajes de la aristocracia. Pintó una decena de desnudos como “La Bella Oterito” en 1936, con la que se dice, sin pruebas que tuvo affaire con la cupletista, podría ser la misma del “Desnudo del clavel” de 1915, ambos pintados en París por el clavel que sostienen ambas modelos.
Se interesó por el paisaje urbano, por las viejas casas agrietadas, las edificaciones populares y las nobles fachadas de piedra labrada desgastada y erosionada que sufren el paso de los años y de la historia. Pero en un primer momento, a este paisaje, le otorgó un lugar secundario en el fondo de sus cuadros. Zuloaga es un pintor más expresionista que impresionista. Uno de sus últimos cuadros “Alcázar de Segovia” de 1945 es brutal, magnifico, tiene un cielo tenebroso.
Falleció a los 75 años en su estudio de Las Vistillas de Madrid el 31 de octubre de 1945.
Bibliografia consultada
- Novo, Javier, “Zuloaga ayer y hoy”. La exposición clásica, PDF, 2019.
- De la Inmaculada, Juan José, Fr., La incógnita de I. Zuloaga, Editorial El Monte Carmelo, Burgos, 1950, 186 pp. (más 8 láminas).
- Álvarez Emparanza, J. M., “Ignacio Zuloaga”, catálogo, Diputación de Guipúzcoa, 1975, 52 pp., ilustraciones en b/n.
- García Calero, Jesús, “Francisco Franco, el retrato más problemático e inaccesible de Ignacio Zuloaga”, ABC, 26-11-2018, digital.
- Lafuente Ferrari, Enrique, “Ignacio Zuloaga y Segovia” Patronato de Museo Zuloaga San Juan de los Caballero, Segovia, 1950, 54 pp., ilustraciones en b/n.
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Me ha gustado mucho este artículo dedicado a Zuloaga en el 150 aniversario su nacimiento.
En el que gran escritor y erudito de las letras Ramón Palmeral nos deleita con esa visión tan extraordinaria de este artista genial.
En la semblanza que hace de Zuloaga, aporta gran cantidad de datos y da luz sobre la vida y la obra de este genial pintor nacido en Eibar, pero que se sentía castellano de corazón con unos retratos precioso en los que sabe captar el alma y la psicología de los personajes!!
Gracias Pilar por tu comentario. Zuloaga fue un gran pintor, poco reconocido hoy día.
Ya he visto tu artículo de Anna Carson, ha quedado muy bien con video.
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