Coincido con Santiago Segura en denunciar la “tristeza de una España de fachas y rojos” y en promover “concordia, entendimiento y armonía”.
Satanás sigue luchando contra Dios y, a la vista de la situación mundial, habrá que convenir que las cosas no le van nada mal. Está consiguiendo que una inmensa parte de la humanidad se haya olvidado de la religión incluso en los países que, como España, fueron tradicionalmente católicos. Las cosas no van bien para la Iglesia Católica. En los últimos años ha perdido creyentes y practicantes. Han disminuido los bautizos, las primeras comuniones y las bodas. La inmensa mayoría de las parejas ya no se unen en matrimonio religioso. La asistencia a la misa dominical decrece y solo se ha incrementado el sacramento de la extremaunción, lo que tiene una explicación clara, que se administra a los que van a morir, ancianos que vivieron y quieren morir de acuerdo con su fe católica; para quienes la muerte no es el fin de todo sino el tránsito del alma a la vida eterna
Nacemos y morimos, pero no somos puros animales, sino racionales, con alma, con espíritu imperecedero. La vida no se elimina, sino que se cambia. La liturgia latina lo decía con estas palabras: ‘vita mutatur; non tollitur’. El ansia de eternidad va grabada en el ADN de nuestra alma. Desde los tiempos más remotos. La vida eterna, como la verdad, habita en el interior del hombre. Lo que pasa es que, con tanto ruido y tantas prisas por malvivir, no tenemos tiempo para meditar en lo trascendental. Ni siquiera la pandemia del coronavirus y el confinamiento han logrado que todos hayamos reflexionado y sacado conclusiones para una nueva forma de vivir y valorar la existencia y el más allá.
Seguimos aferrados al botellón, a las discotecas y al trabajo más o menos alienante, con muy poco tiempo (o ninguno) para la meditación; para reflexionar sobre nuestra vida y si es el momento de cambiar y ser menos infelices. Dicen que esta maldita pandemia va a cambiar la sociedad del futuro, el futuro en el que ya estamos, pero que se parece bastante al pasado. No nos engañemos; la sociedad no va a cambiar si no cambiamos cada uno de nosotros. Y me parece que no estamos por la labor. Estamos instalados en la banalidad, en cosas accidentales y ridículas, cuando no perniciosas. Nos resistimos a reconocer que nos hemos equivocado al rechazar los valores tradicionales y, dentro de ellos, los religiosos, en perfecta armonía con los puramente humanos.
Es decepcionante comprobar que llegan al poder los autoproclamados progresistas y lo primero que se plantean, en aras de la igualdad, es una Ley de libertad sexual, como si en este país no hubiera libertad sexual. Pero no hacen leyes para proteger la vida de los no nacidos y para acabar con la pornografía en las redes sociales. Promueven el aborto y la deformación sexual que quieren llevar a las aulas. Es una degeneración sin sentido. Bueno, sí que tiene un sentido: acabar con la familia destruyendo la maternidad y la paternidad responsables y quitando a los padres el derecho de educar a sus hijos como a ellos los educaron sus padres y sus abuelos. Anhelan un llamado ‘papá Estado’, que no es otra cosa que un dictador ideológico repugnante, enemigo de las libertades.
Sócrates murió aceptando una sentencia injusta, pero legal, dando ejemplo de coherencia cívica, rechazando el consejo de sus discípulos dispuestos a facilitarle el exilio frente a la muerte. Su creencia en la inmortalidad del alma le facilitó el sacrificio que yo, católico mediocre, utilizo para recordar aquel otro sacrificio de Jesucristo en la cruz que sirvió para el perdón de los pecados de todos los hombres que quieren ser perdonados, antes de entrar, con el buen ladrón, en su reino que no es de este mundo.
No solo existe Satanás, sino que existen las sectas satánicas y multitud de personas que no quieren la paz, la armonía y la solidaridad entre todos los hombres. Hay personas satánicas que hacen mucho mal a la sociedad con la ayuda de algunos malos y falsos cristianos que cometen inmoralidades vergonzosas y vergonzantes, merecedoras de duras condenas y penas.
Los que blasfeman contra el Dios de los cristianos y contra la Virgen María, además de miserables son unos cobardes porque saben que los católicos jamás se volverán violentos contra ellos, pero no ignoran que la reacción de los islamistas, si atacaran a Alá o a Mahoma, no sería la de poner la otra mejilla. Coincido con tanta buena gente como hay por ahí y que considera que la blasfemia no es un delito, pero que califica a los blasfemos como unos mentecatos, en especial aquellos que tratan de justificar sus proclamas antirreligiosas en los clérigos que abusan sexualmente de niños y jóvenes. No pueden o, mejor no quieren, separar conductas aberrantes de malos cristianos de lo que es el Cristianismo.
Cuando se reflexiona sobre la historia de Occidente en los últimos dos mil años, cualquier observador medianamente bien informado y sin prejuicios reconoce la extraordinaria contribución del Cristianismo a la construcción de la civilización que ha encabezado el desarrollo mundial. Coincidieron lo mejor del Cristianismo y lo mejor del Humanismo. Aunque siempre ha habido pésimos cristianos, malvados y merecedores del infierno que hicieron vivir a otros.
Se ha puesto de ‘moda permanente’ el enfrentamiento familiar, local, nacional e internacional, intentando justificarlo con argumentos absurdos y pueriles, apelando a un individualismo y un nacionalismo pernicioso y mentiroso. Y si tratas de poner un poco de sensatez en lugar de alentar trifulcas, corres el peligro de que te llamen fascista o alentador de ultraderechistas. Le ha ocurrido hace unos días a Santiago Segura. Se le ocurrió, en mala hora, escribir estas líneas: “Qué tristeza esa España de fachas y rojos, de malos y buenos, extrema derecha fascista o bolcheviques bolivarianos. Banderas, himnos, caceroladas, odio fratricida y mal rollo perpetuo. Concordia, entendimiento, armonía. Igual suenan a descafeinado, pero son palabras necesarias”.
Así lo creo yo también. Pero mira por donde salió respondón un tertuliano de esos que van teledirigidos, de los que llevan anteojeras; un tal Antonio Maestre que presume de escribir e informar sobre la ultraderecha y que se dice amenazado por ésta y por eso se atreve a acusar al cineasta, actor y humorista: “Son personajes como Santiago Segura los que ponen en riesgo a los periodistas que la extrema derecha nos tiene amenazados. Les facilita el trabajo”.
¡Pasmoso! Segura no sale de su asombro y contesta: “Twiter te permite vivir momentos tan surrealistas como que un señor que no conoces (tras decir que tienen el intelecto de una ameba), haga una afirmación tan grotesca como gratuita. Lo que intentaba decir, precisamente, es que nadie debería estar amenazado o aterrorizado por nadie”.
Pienso que cada día que pasa hay más insensatos que sensatos. Yo estoy con Santiago Segura y si hay que elegir entre la libertad de los hijos de Dios (y la hermandad puramente humana) o la esclavitud de la banda de Satanás y de los odiadores de ultraderecha y de ultraizquierda, me apunto a la libertad y la hermandad.
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