Con demasiada frecuencia tiene uno la impresión de que cada vez más representantes políticos y mayor número de medios de comunicación tratan a los ciudadanos y a sus lectores, oyentes, etc. de gente sin criterio, de menores de edad, gente capaz de aguantarlo todo, gente a la que se le puede engañar porque la adoración del líder o la pertenencia a unas siglas y la escucha acrítica del medio están muy por encima y todo lo tapan. Y no tengo claro si la impresión se está convirtiendo poco a poco en pandemia.
Hace unos meses, al poco de la conformación del nuevo gobierno PSOE-Podemos, recuerdo bien un episodio llamémosle chusco. La protagonista era la recién nombrada ministra de Igualdad, Irene Montero. Con motivo de su 32 cumpleaños, creo recordar, las personas más allegadas de su equipo ministerial, mayormente mujeres, le prepararon una pequeña fiesta/homenaje un tanto guionizada y que fue casi retransmitida en directo por el personal del propio ministerio a través de las redes sociales, con tarta-sorpresa, discursos improvisados y toda esa parafernalia tan propia. Dicho homenaje, bien lo recuerdo también, levantó duras y ácidas críticas en los medios de la derecha mediática, que, además, dejaban entrever una cierta misoginia por tratarse en este caso de una mujer y, además, joven.
Entre otros, recuerdo muy bien el irónico pero muy duro editorial de Carlos Herrera en su programa Herrera en Cope, y algunos de los comentarios, incluso malsonantes, de los contertulios del programa. Durante días aquel “acontecimiento” fue motivo de todo tipo de chanzas y críticas que rozaban incluso el mal gusto. Básicamente, quiere uno pensar que la razón de aquella feroz campaña de “bienvenida” a la ministra de Igualdad no fue otra que todo el acto tuvo lugar en dependencias ministeriales y en horas de trabajo, aunque bien sabemos que la razón de fondo era también muy otra. Justo es reconocer que desde el otro lado del ala mediática se pasó de puntillas por el asunto, seguramente viendo en ello solo un pequeño desliz de recién llegados, o recién llegadas en este caso.
Recientemente, en concreto el pasado 17 de julio, el alcalde del PP del municipio donde nací –Caravaca (Murcia)–, José Francisco García, colgaba en su muro de Facebook y a propósito de su 43 cumpleaños una de esas historias que inundan esta red social. El acontecimiento, por así llamarlo y como era de esperar, tuvo más de doscientos comentarios de enhorabuena y más de 500 felicitaciones icónicas en forma de corazones, me gusta y me importas y apenas algún anecdótico reproche. Como en el caso de la ministra Montero, nada que decir si el evento –así hemos acabado llamando ahora a los acontecimientos sociales– se hubiese celebrado en casa del propio primer edil, en un restaurante, o en cualquier dependencia privada y en sus horas de descanso.
La celebración, según dejan bien patente las fotografías que el propio alcalde o su equipo de comunicación compartieron en la referida red social, y en las que aparecen también su mujer y su hija pequeña haciéndole entrega de la tarta de cumpleaños y algunos regalos, tuvo lugar en el despacho del propio alcalde con toda la parafernalia propia del lugar, banderas y todo eso, y, se supone, en horas de trabajo. Seguramente los mismos medios que vieron en lo de la ministra razones para la crítica y la chanza más descarnada, no verían aquí motivo para critica alguna, nada anómalo que comentar. Son, creo, hechos, no opiniones, de esa novedosa y malsana tendencia a mezclar lo público con la vida privada que quieras que no, acaba chirriando por algún lado y que tanta confusión genera en la ciudadanía a la hora de delimitar con claridad el campo de los derechos y los deberes.
A propósito de este doble rasero, de esta incoherencia de facto para analizar hechos similares y con la que algunos diseccionan la realidad con ánimos de sentar cátedra, un lector me hacía recientemente esta pregunta: ¿cómo es posible que Podemos en Madrid jalee las protestas de los MIR y en Valencia los abandone a su suerte, con una consellera coaccionándolos al más puro espíritu…”, dejando en suspenso la frase. La primera explicación, que a este avezado lector no se le oculta, es que en Madrid gobierna una señora llamada Isabel Díaz Ayuso y cuyo discurso neoliberal y cuasi darwinista en lo económico es muy fácil de confrontar desde el universo Podemos, tanto que casi se diría que es de obligado cumplimiento, y que aquí, en la Comunidad Valenciana, forman parte del gobierno del Botánico II. Y ya se sabe aquel viejo dicho de la prédica y el trigo.
Muy recientemente tuvimos otro ejemplo de esta galopante y desesperante incoherencia o doble moral en las palabras de “bienvenida” de Pablo Casado al presidente Pedro Sánchez a su regreso de la cumbre europea. Casado vino a calificar en sede parlamentaria de razonablemente buenos los resultados obtenidos en la maratoniana cumbre que finalizó con el acuerdo sobre el plan de reconstrucción europea para hacer frente a las consecuencias de la pandemia. Pero escuchado en su integridad sus palabras éstas fueron todo un ejemplo de cinismo e hipocresía, que imagino solo cuando se es muy adicto se está dispuesto a pasar por alto.
En apenas un minuto fue capaz de defender lo uno y su contrario con el mismo énfasis y con esa media sonrisa propia de quien claramente se ve que no se cree sus propias palabras. No puede ser, como el propio Casado reconoció, que el acuerdo vaya a ser bueno para España porque “lo han hecho posible tres mujeres del PP –Merkel, Lagarde y Von der Leyen–“, pero contenga a su vez en su interior todas las plagas bíblicas en forma de rescate. Eso, simple y llanamente, es tomar por tontos a los ciudadanos, considerarles incapaces de tener opinión, tratarlos como idiotas.
Luego, claro, hay quienes se preguntan por las razones de la caída de la credibilidad y el aprecio ciudadano hacia los medios periodísticos y hacia los políticos. Y es que pareciera que unos y otros, periodistas y políticos, se hubieran rendido a la posibilidad de atraer a los que piensan diferente, a los que quieren mantener un espíritu crítico, y ya trabajan solo, constante y exclusivamente para enardecer a los propios como si de hooligans futboleros se tratase. O, peor aún, como si todos fuéramos ya miembros de una secta que solo somos capaces de actuar bajo la influencia de sus grandes mentiras y de su doble rasero para casi todo, fiestas de cumpleaños incluidas.
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