Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Lontananzas

1983, el declive

Kaka de Luxe, uno de los grupos musicales de La Movida de los años 70 y 80.

1983 fue un año ambiguo, inclasificable, raro y de consciente transición, con más densidad y alejado del bosque ideológico, que no me dejaba ver con claridad. Un año inhábil, que burbujeaba con una ebullición fría. Las ideas se habían marchitado, aguardando reverdecer. Había que volver a nombrar las palabras que se habían vaciado, con nuevos contenidos. Un vocabulario fluido, filosófico y político que respondiera a las gargantas de las mayorías más necesitadas de justicia y dignidad.

Políticamente fue  un tiempo hipnótico, un año cero, donde ya se fraguaba el “pelotazo” urbanístico mientras se iba quemando la pana. Estábamos en plena “movida” juvenil en todos los territorios populosos del país, aunque Madrid, Barcelona y la costa mediterránea eran la vanguardia. La “movida”, la “marcha”, la “fiesta”, eran palabras habituales que, junto al alcohol, la música deslenguada y procaz, el consumo bastante generalizado de las drogas “blandas” y duras, constituyó gran parte del panorama de diversión desatada del ocio de aquel año. Se les dejó gritar hasta reventar de éxito, confundiendo la libertad con el conductismo premeditado del sistema que, poco a poco, los iría fagocitando, al igual que cualquier atisbo de cultura diferente. Al final, supimos que todo había representado una farsa, un baile de oportunistas, con  máscaras, de la más ferviente TALÍA.

Ese mismo año, yo trataba de resurgir mentalmente del naufragio político en el que sobrevivimos algunos correligionarios de los setenta, tras el “fallido” golpe de estado del 81. Volví a ponerme, lápiz en ristre, sobre el papel en blanco, ganando mi primer premio en un concurso de cuentos radiofónicos. También me escondí en las ciencias ocultas y en la astronomía. Leía revistas esotéricas y paranormales. Hasta llegué a participar en las mismas, con algunos artículos críticos contra esas materias pseudocientíficas que no terminaban de convencerme por su puerilidad. Aunque sabía que estas actividades “intelectuales” constituían una especie de sucedáneo de la política, de la que había salido harto y quemado  en todo el laberinto y alambique cerebral. A decir verdad, estas “nuevas” actividades daban la medida de confusión mental en la que me hallaba. Haber conocido a mi mujer creo que me salvó la vida.

Al poco tiempo, junto a algunos compañeros, queríamos montar un pequeño taller de reparación de maquinaria del calzado y otros tipos de industrias, en la modalidad de cooperativa, bajo el lema: “trabajar para vivir”. Al final, solo quedamos dos para levantar el proyecto. Y así lo hicimos, en una pequeña nave de alquiler, construida en precario, hasta el punto de que a los pocos días de abandonarla, en una noche de viento, acabó aplastada sobre la seca campiña. Pero tuvo sus días felices, amamantando a  una vieja y escandalosa maquinaria mecánica: la sierra de hierro fundido movía su musculatura compacta rítmicamente, y conseguía cortes exquisitos sobre el calibrado de acero para las piezas de un aparato gimnástico; la máquina de taladrar, con su gruesa broca de treinta milímetros y su ronquido siniestro, que había que lubricar para silenciarlo; el soplete de acetileno, restañando heridas en la chapa fina de una carrocería; la soldadura eléctrica, con sus electrodos de rutilo, fundiendo los poderosos y gruesos músculos de las prensas y batanes. Herramienta gastada, un tornillo mordaza y cuatro manos con callos, pero aún jóvenes.

Fuente: Freepik.

Lo cierto es que cometimos muchos errores propios que acabaron hundiendo el negocio y las pocas ilusiones que quedaron. En principio quisimos formalizar un horario digno, que nos permitiera vivir de acuerdo al lema establecido. Pero una cosa es la teoría y otra la práctica, sobre todo cuando el que decide es jefe y obrero a la vez y pasa más tiempo en los bares que en el negocio; y todavía más, si este es cooperativo. Si, encima, la mayor parte de los trabajos importantes no los cobras, o los cobras a medias, y si algunos amigos del “alma”, al enterarse que sus colegas se han puesto por su cuenta, vienen en tropel a echarte un cable al cuello invitándote a un café por trabajo hecho, todavía peor.

Si acuden otro tipo de amigos, de correrías políticas del pasado, a visitarte con una “guapa” carabina para que pasemos la mañana florida rompiendo botellas de cerveza, después de bebérnoslas, a cien metros de distancia. Si el camarada Pepe nos agasaja con un “butano” cargado de un cuarto de ginebra en su vientre y manda al cabrero —que allí también se refugia casi a diario, junto a su perro de lanas— a  traer un segundo cóctel y acabamos todos —el cabrero también bebe— borrachos, cantando la internacional, entre débiles margaritas, tomillos, rabo de gato, caracoles serranos y cabras pastando alrededor de los oteros campestres. Si después cerramos, dejando toda la maquinaria fría y oxidándose, y nos embutimos en la “pava” gris plomo —el cabrero también, el perro de lanas se queda vigilando el ganado— y nos vamos al bar La Loma a continuar la farra. Si mi colega llegaba tarde siempre, exponiendo elaboradas excusas surrealistas. Si las oficinas las teníamos en los bares. Si se comenzó a formar una boda de deudas… A lo mejor es que solo servíamos para poner la mano y callar: los clientes iban a los bares a buscarnos.

Tal vez nos afectó el ambiente hedonista de las noches de juerga ininterrumpida que se gastaba la gente: la famosa frase freudiana de buscar el “placer y huir del dolor”, que tan en boga estaba desde últimos de los setenta. Se atisbaban nuevos horizontes, porque los anteriores ya estaban cerrados. A otros les dieron por las tragaperras, o estudiarse los textos para entrar de funcionarios municipales. Desde luego que el incipiente “cambio” de la realidad social-inconsciente no obtura los errores “conscientes” que cometimos por esa clara búsqueda de la libertad por el placer: 1983, un año, con poca sal y pimienta.

Antonio Zapata Pérez

Mi nombre es Antonio Zapata Pérez, nací en Elche, en 1952. De poesía, tengo publicados 13 libros de distinto formato y extensión, que responden a los siguientes títulos por orden de publicación: "Los verbos del mal" (1999), "Poemas de mono azul" (1999), "Rotativos de interior" (2000), "Lucernario erótico" (2006), "Cíngulo" (2007), "Haber sido sin permiso" (2009), "Recursos" (2011), "101 Rueca" (2011), "El callejón de Lubianski" (2015), "Poemas arrios Prosas arrias" (2017), " Los Maestros Paganos" (2018), "Espartaco" (2019) y "Zapaterías" (2019). También publiqué un libro de artículos periodísticos autobiográficos titulado "Lontananzas", editado por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, así como una antología de poesía, elaborada por el poeta e investigador alicantino Manuel Valero Gómez, junto a otros tres poetas alicantinos, denominada: "El tiempo de los héroes". Además, he colaborado en una veintena de libros colectivos y he publicado una novela titulada "La ciudad sin mañana" (2022). Actualmente trabajo en un libro de relatos, su título es "Solo en bares".

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