Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Lontananzas

1981: El 23F

Antonio Tejero, con pistola, en el hemiciclo. Fotografía del diario "Región", de Oviedo, firmada por la Agencia EFE y conservada en la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfica (Fuente: Wikimedia).

No lo podía creer. Pensaba que era una broma. Estaba tomando una cerveza en un bar del barrio, cuando escuché decir, a un vecino, alto y encorvado, que un grupo de guardias civiles habían asaltado el congreso de los diputados. Era un 23 de febrero de 1981 y lunes por la tarde. Un teniente coronel, ya conocido por sus intrigas políticas y aspavientos antidemocráticos de café y tertulia conspiratoria, había entrado en el recinto de los representantes de todo el pueblo español, con varias decenas de guardias armados con metralletas, y lo había tomado militarmente, por la fuerza de las pistolas.

Fue la noche de los transistores, la única noche que muchos no dormimos sin haber estado de “marcha”, entre discotecas y neones de Benidorm u otras localidades costeras, entonces, de rabiosa moda. Las ondas nos traían noticias, a paso lento pero inexorable, de lo que iba sucediendo en el interior del Congreso. En principio parecía un jaque de peones y alfiles uniformados.

En la Comunidad Valenciana, el general Milans Del Boch sacó los tanques a la calle en la ciudad de Valencia e instauró el toque de queda con un bando militar que se repetía en las ondas hercianas, cada cierto tiempo, en el que se instaba y ordenaba a no salir de casa, bajo ningún concepto. Las localidades más importantes fueron ampliamente patrulladas por la policía. La radio comenzó a emitir solo música militar y el consabido bando. El ajedrez parecía ampliarse.

Yo tenía novia, “festeaba” un año con ella y entraba en su casa tras las formalidades previas de la época. Esa noche me despedí de la novia con un beso, entre rabiosas lágrimas, más pronto de lo habitual y me fui derecho a casa de mis padres. Estaba asustado y quemé fotografías que, hasta ese momento, hubieran sido inocuas. También me deshice de algunos libros. Y estos movimientos no eran baladí, ya que en esos tiempos convulsos, estaba metido en algunos líos políticos de izquierdas: asambleas, huelgas, manifestaciones, etc. y no me fiaba de la cuadrilla vestida de azul. El caso es que el asunto pintaba muy mal. Mi madre lloraba, porque sabía lo que era el hambre y la guerra. Temía que volviera a producirse otra vez aquella atroz pesadilla que vivió con tan sólo doce años. Recuerdo que visité el excusado un par de veces, lo reconozco, nunca he tenido ni cuerpo, ni espíritu de héroe, aunque me manchara con el barro de los necesitados de libertad, dignidad y justicia. Por eso estaba muy nervioso y sentía una gran angustia e impotencia ante lo que estaba ocurriendo impunemente. Pensaba que para qué servía la democracia si dependía más de las armas que de los votos.

Al filo de la medianoche, el rey Juan Carlos I emergió en las pantallas televisivas, con un escueto discurso, comedido y tajante, a todas las capitanías del país que fueron pronunciándose, lentamente, gota a gota, a favor del monarca y la defensa de la democracia. El golpe de estado parecía que iba perdiendo fuelle a medida que se agigantaba la figura del regio “Hacedor”. Los guardias civiles en el interior del Congreso comenzaban a escapar, como hurones de sus madrigueras, por las ventanas y otros agujeros del edificio, vigilados celosamente, y no sé si amistosamente, por compañeros uniformados de la Benemérita, llegados ahí para controlar la huida de los golpistas rasos. Dentro del congreso todavía se encontraba Tejero y algunos oficiales a su mando. Se desarrollaron movimientos y discusiones entre militares de alto rango, tratando de convencer al teniente coronel de que desistiera de su actitud belicista y se entregara pacíficamente, que ya había “cumplido” su cometido por amor a España. Que lo entendían, pero debía transigir y obedecer al rey. Le dijeron que no habría “Elefante Blanco”, que tenía que conformarse con el caniche y va que chuta. La División Acorazada Brunete había salido de sus cuarteles de Madrid movilizada no se sabe exactamente para qué. Luego volvió a acuartelarse, las “maniobras” habían finalizado.

Tras esa noche en vela, muchos de nosotros fuimos a trabajar cansados, soñolientos y legañosos, sin dejar de escuchar la radio, que ya no emitía marchas militares ni bandos…  Pero las noticias todavía no estaban claras, había mucha gente gorda comprometida hasta las cejas y tenían que hilar muy fino, no se les resbalara el ovillo. Ni siquiera las palabras bien entonadas del monarca, pasada la media noche, terminaban de convencer a los más escépticos.

El rey Juan Carlos en su discurso para apaciguar el golpe de Estado (Fuente: Archivo RTVE).

Más tarde me enteré que hubo murmullos y trajines de maletas y escapadas de varios colores y procedencia. También llegó a mis oídos y a mis ojos la visión de los diputados escondidos debajo de sus escaños de madera, tras el ametrallamiento del techo de la sala del congreso. Tan solo la imagen impertérrita y sosegada de Santiago Carrillo, sentado y fumando, rompía el absurdo paisaje. Abajo, Tejero intentaba derribar al general Gutiérrez Mellado, sin conseguirlo. Adolfo Suarez también intentaba mediar con los sublevados. En las calles, en los exteriores del Congreso, se estaba agrupando gente de ultraderecha jaleando el “golpe” y a los militares de alta graduación que se acercaban a parlamentar, como el almirante Topete. La confusión estaba servida.

Nunca se sabrá exactamente lo que ocurrió entre “candilejas” o “bambalinas”. De si fue una jugada magistral para esclarecer la niebla que se cernía por los alrededores políticos y castrenses, los ecos conspiratorios del ruido de sables y estrellas, en contubernio con civiles de la ultraderecha. Lo que sí sabemos es que a los diputados se los llevaron a salas contiguas a boca de metralleta. El tiempo distorsiona las figuras y muda el sentido de las palabras. El caso es que lo que emergió con más vigor, de todo aquel luctuoso suceso, fue la figura del rey y su afianzamiento en la “cultura” de un país que tardaría en digerir esa tragedia secular.

A los pocos días, el pueblo español se manifestó multitudinariamente en defensa de la democracia, la libertad, y contra la intentona “fallida” de golpe de estado. También los hubo quienes, además, defendieron la figura del rey como “salvador” de la patria. Recuerdo que asistí a la manifestación que se celebró en Alicante con muchos colegas de la misma cuerda que yo. Algunos iban con banderas rojas, negras, también banderas españolas. El golpe no se produjo pero dejó secuelas irreversibles.

Antonio Zapata Pérez

Mi nombre es Antonio Zapata Pérez, nací en Elche, en 1952. De poesía, tengo publicados 13 libros de distinto formato y extensión, que responden a los siguientes títulos por orden de publicación: "Los verbos del mal" (1999), "Poemas de mono azul" (1999), "Rotativos de interior" (2000), "Lucernario erótico" (2006), "Cíngulo" (2007), "Haber sido sin permiso" (2009), "Recursos" (2011), "101 Rueca" (2011), "El callejón de Lubianski" (2015), "Poemas arrios Prosas arrias" (2017), " Los Maestros Paganos" (2018), "Espartaco" (2019) y "Zapaterías" (2019). También publiqué un libro de artículos periodísticos autobiográficos titulado "Lontananzas", editado por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, así como una antología de poesía, elaborada por el poeta e investigador alicantino Manuel Valero Gómez, junto a otros tres poetas alicantinos, denominada: "El tiempo de los héroes". Además, he colaborado en una veintena de libros colectivos y he publicado una novela titulada "La ciudad sin mañana" (2022). Actualmente trabajo en un libro de relatos, su título es "Solo en bares".

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