Dejando sentado la necesidad de la política como determinante para la gobernabilidad de los pueblos, no es menos cierto que, dentro de los que la ejercen, hay excepciones que tienden al mal y al peor y, por tanto, cualquier política que no tenga “a priori” condicionantes que impidan dicho mal o lo dificulten, hay que considerarlas políticas permisivas de la corrupción.
Es notorio que los condicionantes “a posteriori” les han costado y les están costando a los ciudadanos miles de camas de hospital, miles de plazas de colegios, millones de ellos en riesgo y bajo el umbral de la pobreza, así como su sustanciosa contribución a la deuda de treinta mil euros con la que nacen los niños en España.
Dice el refrán: “que lo que unos pierden, otros lo ganan”. Desde hace unos años, cada vez hay que apretarse más el cinturón para que vean los “otros”, que se está por la labor.
Finalizo reseñando el último párrafo de la definición de política, según el “Diccionario de los Políticos”, de Juan Rico y Amat , publicado en Madrid en 1855.
“Lo que abunda en el mar de la política son los piratas y contrabandistas. Los primeros se apoderan con frecuencia del bergantín nacional, que lo saquean sin compasión, y los segundos llevan cargados sus barcos de principios políticos y otros géneros de contrabando, de cuyo comercio sacan grandes ventajas”.
Menos mal que fue hace siglo y medio. De la que se han librado los españoles por nacer más tarde…¡Si llegase ahora…!
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