En estos tiempos convulsos que estamos viviendo necesitamos más que nunca palabras firmes y auténticas que proclamen la importancia de valores trascendentales y sólidos en que apoyarnos.
Ahora que el mundo se tambalea es el momento de volver los ojos a la poesía porque seguro que es en su esencia donde encontraremos las respuestas que estamos buscando, es ahí donde podemos descubrir el misterio que encierra la contemplación de la belleza para interrogarnos sobre esos valores inmutables como son el sentido de nuestra existencia, el amor, el sufrimiento y la muerte.
Es ahora, en estos momentos de zozobra y dificultad, cuando me viene a la memoria el nombre de un poeta: Luis Rosales (1910-1992), que supo encontrar en la poesía la fuerza equilibrada, el sentido y la trascendencia de esa época difícil que a él también le tocó vivir: la II República, la Guerra Civil y la Posguerra.
Luis Rosales estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Granada, más tarde se traslada a Madrid para continuar sus estudios y allí conocerá a los poetas Luis Felipe, Leopoldo Panero y Dionisio Ridruejo con los que formará el grupo conocido como “Generación del 36” de la que se erige en el máximo exponente de la llamada “poesía arraigada”, en la que los poemas reflejarán la vida como una contemplación luminosa de la realidad, alejándose de la visión catastrofista de la filosofía nihilista que negaba la existencia y el valor de todas las cosas, y que en aquella época invadía el pensamiento intelectual.
La poesía arraigada que representa Rosales nace de la inspiración en una realidad que se ordena a la luz de un sentimiento espiritual, que pretende presentar el mundo de una forma coherente, sosegada y optimista. Los críticos literarios hablan de estilo a medio camino entre la hondura del sentimiento religioso y la preocupación por el lenguaje.
La poesía de Rosales ofrece una nueva lectura de la realidad que borraba los géneros literarios, porque en sus poemas se eliminan la rima y la estrofa; lo único que cuenta es el ritmo y el golpe emocional. Esta forma de entender la poesía representa una nueva visión personal y espiritual del mundo, en la que lirismo y narración se dan la mano, una poesía serena y diáfana, en la que las imágenes desprenden una franca y suave luz.
Su primer libro Abril (1935) pone de manifiesto la búsqueda de la estética en unos poemas llenos de lirismo y belleza en los que se ve la influencia de Garcilaso y de su poesía amorosa.
La llegada de la estación primaveral entendida como un Renacimiento es el leitmotiv que supone una renovación espiritual orientada a contemplar la vida de una forma ordenada y congruente, en la que todo queda iluminado por un sol desnudo, sin nubes, que disipa todas las sombras dejando atrás todo lo negativo.
Los diminutos ojos azules del poeta parecen refulgir de una luz brillante jamás vista que los engrandece. Después del crudo invierno de ventiscas y nieves que cubren las copas de los árboles congelando el cielo, llega la primavera como un símbolo de nacimiento de la vida y del amor, el paisaje se viste de flores adolescentes para adornar el corazón enardecido del poeta.
La casa encendida
En 1949 publica La casa encendida, libro que irá sucesivamente rehaciendo y que constituye la cumbre de su obra poética. Este libro, que abarca todo el periodo de la posguerra, fue evolucionando desde un clasicismo a un estilo personal cercano al vanguardismo surrealista, que aparece después de los años tormentosos de la posguerra, que había dejado a la sociedad sumida en la niebla de la tristeza.
Rosales, se aferra a los momentos más sencillos de su existencia y con la voracidad de un alma hambrienta, intenta saciarse de las emociones que surgen en un resquicio de su vida, para ponerse a salvo de la amargura de un tiempo de desaliento y tristeza. Inspirado por la lucidez de los recuerdos que afloran nostálgicos en su memoria, insufla en sus poemas un viento dorado que le ayudará a sobrellevar la angustia de la existencia.
Los versos de La casa encendida, recitados como bordones, se repiten en ese: “y tú lo sabes” y vienen a representar el verdadero símbolo de su individualidad, como un presagio de lo que constituye la inalienable soledad del hombre.
Porque todo es igual y tú lo sabes, has llegado a tu casa y has cerrado la puerta con aquel mismo gesto con que se tira un día, con que se quita la hoja atrasada al calendario cuando todo es igual y tú lo sabes. Has llegado a tu casa, y, al entrar, has sentido la extrañeza de tus pasos que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras, y encendiste la luz, para volver a comprobar que todas las cosas están exactamente colocadas, como estarán dentro de un año, y después, te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida, y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas, y te has sentido solo, humanamente solo, definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes.
El tiempo es otro de los ejes importantes que aparecen en La casa encendida como símbolo de una vida que trascurre inexorablemente hacia la muerte. Todas sus vivencias, y las personas que le han ido acompañando a lo largo de los años, se hacen presencia latente en esa casa que es principalmente el espacio físico y espiritual donde el poeta descubre su propia esencia.
Por medio del recuerdo la muerte es vencida, porque la memoria le trae al presente acontecimientos de su infancia y de su juventud que serán como un abrigo para cobijarse del frío de la vejez. De nuevo, la vida renace de las brasas del pensamiento que es atizado como los rescoldos de un brasero, para hacer resurgir la llama de la vida y que toda su existencia no quede convertida en cenizas de olvido.
Y ahora ¿no estoy viendo cómo empieza a encenderse? ¿Cómo albea Y cómo finalmente, va encarnando la luz, Casi llorándola y haciéndose cristal y aconteciendo Ante la habitación minúscula Donde escribo mis versos. […]
Otro de los temas fundamentales de La casa encendida es el amor, que aparece en todo su esplendor con un aura inconfundible que da sentido a toda su existencia.
Es en esta etapa cuando su poesía se cubre de una pasión intensa, caracterizada por el verso libre en busca del golpe emocional más que de la rima, como forma de expresión de las nuevas tendencias surrealistas. La pasión amorosa es como un cataclismo que zarandea su vida haciéndole sentir que su sangre es ya espuma amorosa que vivifica todo su ser, que queda extasiado por la hondura de ese nuevo sentimiento.
Sus versos se vuelven impetuosos y vehementes, lo que antes era noche se convierte en cielo estrellado donde poder navegar, orientado por ese fulgor de su corazón enamorado.
Y la volví a mirar. Vi que era bella, que era indeleble y rubia como un agua con sol, y que tenía los ojos juntos y apretados como dentro de un beso, como dentro de un labio que estuviera escribiéndoles bajo una frente nueva cada día; y vi que despertaba de algún dolor o de algún sueño con la mirada titilante aún y restregándose los ojos y entrecruzando la mirada con aquella sonrisa que se borraba entre sus labios, que se escuchaba sonar aún sobre sus labios, igual que un paso que se aleja y que se pierde, al fin, entre la lluvia.
A lo largo del poema trasciende una visión profundamente espiritual de la vida, de esa vida sencilla del día a día, así como de la grandeza de las cosas pequeñas. Aparecen pasajes de su existencia sin un hilo conductor, ni un orden vital que adquieren su unidad en el recinto de la casa llena de luz, que es la verdadera protagonista para dar conexión al relato.
Será la memoria un sortilegio para derrotar al olvido y que de nuevo estén presentes su familia, su mujer y sus amigos que se asomarán a esas ventanas llenas de luz abiertas a la eternidad.
Se hizo la oscuridad cuando te fuiste, Juan, se volvió a hacer la oscuridad cuando tú te has marchado, María y no he podido conviviros juntos ni en la memoria que nos queda, ni en la vida que pasa, porque todo es ajeno en sí mismo y nunca ha de volver. ****** Y tal vez todo cicatrice algún día, como la herida cierra sus bordes, y tal vez todo se reúna porque la muerte no interrumpe nada.
El dolor también está presente en La casa encendida. Existe una voz única de timbre grave que parece envolver al poeta en la soledad y el silencio, como si su casa hubiese quedado bajo el régimen de la muerte. Aparece un tiempo lóbrego en que el cielo parece haberse desplomado en las trombas negras de la melancolía. Es en estos versos en que el dolor es el signo de la realidad, donde el poeta se pregunta por esas cicatrices antiguas que parecen abrirse a cada paso, y que de nuevo se convierten en lanzas hirientes que laceran su existencia.
En medio de esos presagios sombríos, el poeta intentará ponerse a salvo de la tristeza aferrándose a un sueño luminoso de esperanza.
Y siento la saliva clavándome alfileres en la boca, ahora que estamos juntos quiero deciros algo, quiero deciros que el dolor es un largo viaje, es un largo viaje que nos acerca siempre vayas a donde vayas, es un largo viaje, con estaciones de regreso, con estaciones que no volverás nunca a visitar, donde nos encontramos con personas, improvisadas y casuales, que no han sufrido todavía […]
La poesía de Luis Rosales abre las ventanas a nuevos vientos, que vendrán a disipar la niebla en que se encontraba una sociedad castigada por el desaliento, de las corrientes filosóficas que trasmitían un tono desgarrador de angustia existencial, inspirado en la filosofía existencial de Albert Camus.
El poeta intenta salvarse de esa ráfaga mítica y perversa, salvaguardando su espíritu de la derrota y aferrándose a valores eternos que se sustentan en la búsqueda de la verdad, la belleza y el equilibrio.
Al día siguiente, —hoy— al llegar a mi casa —Altamirano 34— era de noche, y ¿quién te cuida?, dime; no llovía; el cielo estaba limpio; —«Buenas noches, don Luis» —dice el sereno, y al mirar hacia arriba, vi iluminadas, obradoras, radiantes, estelares, las ventanas —sí, todas las ventanas—. Gracias, Señor, la casa está encendida.
Luis Rosales era miembro de la Real Academia Española y de la Hispanic Society of America desde 1962 y recibió el Premio Cervantes en 1982 por su obra poética La casa encendida.
Haciendo honor a sus palabras:
“Me llamo Luis Rosales y soy poeta”.
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