Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Un Hermitage para (salvar a) Barcala

Museo del Hermitage de San Petersburgo, Rusia. Fotografía: Pedro Szekely (Fuente: Flickr) / Luis Barcala. Fotografía: Kristof Roomp (Fuente: Wikimedia).

Al alcalde de Alicante, Luis Barcala, le estaba quedando un mandato algo soso, como descafeinado si se quiere, sin chicha ni limoná, de esos que están condenados al olvido y a la irrelevancia en el momento de ocupar su sitio entre la galería de los últimos exalcades de la ciudad. Y esa, me temo, no es solo opinión de los adversarios políticos, si no también de muchos de los propios, que ven en su gestión un dislocado encadenamientos de naderías. Debe ser por eso que ha lanzado a la arena una idea peregrina, de esas que llenan titulares de periódico, que tanto gustan en las redacciones, pero que solo están llamadas a tapar los agujeros de una lacerante mala conciencia y que auguran un más que previsible fracaso, a horadar otra muesca más en el histórico museo de los horrores de la ciudad. Pero mientras tanto…

Sucede que hay como una Historia en mayúsculas, grande, inmensa, ciclópea, de supuestos hercúleos hitos. Es la que siempre nos contaron. Es justo la historia que impide ver de cerca las cosas que importan, la vida minúscula de las gentes anónimas que pulula por el territorio, que sufren y padecen los desvaríos de aquéllos. Pero hay también, siempre la ha habido, aunque no se haya escrito sobre ella, ni postulado en sesudos congresos, esa otra historia pequeña, diminuta, ese acontecer diario que nos conforma, nos cincela, pero a la que hasta hace poco apenas prestábamos atención. Seguramente porque para esa parte del relato casi no había sitio en las páginas de los grandes libros de texto, ni formaba parte del gran acontecer académico, de los descubrimientos, de las batallas, de los reinados sin fin, ni tampoco conformaba los mitos con los que nos amamantaron y entretuvieron durante tanto tiempo.

Gabriel Echávarri (Fotografía: Joaquín P. Reina).

Luis Barcala, el alcalde, pudo elegir la segunda opción, justo esa que todo buen mandatario debería tener presente en su dietario de mayores preocupaciones. Y, de haberlo hecho, la ciudad ciertamente se lo habría agradecido tras tantos años de empacho en grandes, colosales y fantasmales empresas, pero en vista del peligro de su propia irrelevancia, y de su incapacidad para ver y analizar la importancia de las cosas pequeñas, se ha lanzado por el tobogán de la gran historia para ver si así logra, al menos, el premio de la posteridad. Y del postrero reconocimiento. En eso, ciertamente, no inventa nada. No inaugura camino alguno. Solo sigue los rastros y las migajas de quienes le precedieron en el cargo, llámense éstos Gabriel Echávarri, Sonia Castedo o Luis Díaz Alperi.

Ya sabemos porque está contado en las páginas apócrifas de esa gran historia de la que venimos– que Alicante es, sobre todo, ejemplo y metáfora de arena de lo que pudo ser y no fue, y que su método es perfectamente exportable a otros pueblos, a otras ciudades, y que debe ser por eso mismo que casi siempre (honrosas excepciones haylas) ha tenido autoridades y responsables que han invertido fatal y trágicamente su tiempo en dejar –o intentarlo al menos– grandes huellas para la posteridad. La suya, la de ellos, claro.

Sonia Castedo, año 2010 (Fotografía: Partido Popular Comunitat Valenciana)

Ahí está, como herencia insalvable y como muestra del disparate y el entuerto, enhiesto, imponente y soberbio el Gran Sol; ahí está también el Meliá, brazo robado al mar que era de todos, ambos metáforas y señuelos patrios unidos por la woodyliana cinta de Toma el dinero y corre. Son huellas de ex que prefirieron casi siempre pensar en grande, proyectar en grande, desocupándose de lo pequeño, de esas insignificancias que son –eso debió parecerles– la vida de la gente que habita la cotidianeidad, su alma, sus desvelos y sus ensueños.

Eso sucedió antes –ya lo dijimos y sin que sirva de descargo– en plena dictadura, cuando el silencio era norma y la protesta estaba domesticada por el miedo, pero sucede también ahora, tan tranquilamente, en plena democracia. Unos y otros enlazados por el pensamiento de que si conseguían el gran hito, la gran hazaña, la gran obra, lo otro vendría por añadidura. Y sucede que, mayormente, no es así. Que para ser grande antes tienes que ser infante. Y que lo grande e inmenso suele ocultar casi siempre carencias en el terreno de lo pequeño, que impide su crecimiento, tapa, reocupa el espacio que sirve para que las ciudades y –lo más importante– sus gentes, respiren.

Luis Díaz Alperi (Fotografía: Álex Domínguez).

Así ha pasado con Luis Díaz Alperi (PP). Otro “gran” alcalde que estaba convencido de que su mejor legado era dejar en herencia una Ciudad de la Luz para que Alicante proyectara su teatro de sombras en todas las salas del país. Tanto luchó, tanta pasión puso, que la hizo realidad, eso sí con resultados tan magros como los que hoy conocemos y que pagamos a precio de rescate. Sus salas de ensueño, sus gigantescos estudios, hoy desmantelados, son piltrafas de una insoportable megalomanía y origen de nuestras pesadillas, si acaso inmensos vacunódromos de ocasión. Y todo como contrapunto a los sueños de trascendencia.

Ahí está –recordémoslo también– Gabriel Echávarri (PSOE), quien un buen día se levantó trascendente y se sacó del sombrero de mago del desvarío el proyecto de desviar el tráfico de la fachada marítima por el interior de la dársena portuaria, todo como herencia y despropósito a partes iguales. Hoy ya sabemos que aquellos cuatro dibujos que ilustraron su presentación, hechos a prisa y corriendo, sin convencimiento, sin trabajo previo, sin historia pequeña, acumulan polvo en la papelera de la historia de los disparates de la ciudad.

Instalaciones de la Ciudad de la Luz (Fuente: Ciudad de la Luz).

Y por ahí anda también Sonia Castedo (PP), convencida como estaba que lo verdaderamente grande era ella misma, su mandato, su pócima mágica de saber mezclar tan bien negocios particulares con política pública. Y por eso debió ser que no proyectó ciertamente ninguna gran obra, más bien lo suyo fue una operación inversa: flores, muchas flores, y proponer el derribo del estadio Rico Pérez para que algunos buenos amigos pudieran construir allí, en su solar, pisos y bungalows de lujo donde pasear sus sueños de eternidad difusa. Todo eso, todo esto, está en las hemerotecas y no vale la pena insistir. Es la historia grande de la ciudad. ¿Y la pequeña?, se interrogarán con razón ustedes. No pregunten. Esa casi no existe. Cierren la puerta a su curiosidad. Esa forma de hacer sigue esperando turno en las alacenas vacías del desconsuelo.

Así que llegados al presente, al día en que se acerca el juicio final de un mandato semiprestado por los votos de la intransigencia, Luis Barcala ha debido pensar que su reinado estaba amenazado por el más doloroso de todos los olvidos: la irrelevancia más absoluta. Y justo por eso mismo debe ser que se ha puesto en manos de otra gran apuesta, que salve a la ciudad de sí misma, pero que, sobre todo, lo salve a él de la hoguera de un purgatorio de sombras chinescas. Y que una franquicia-sucursal tipo McDonald del Hermitage ruso ayude (otra vez) a poner a Alicante bajo la luz de los focos mediáticos que alumbran el futuro camino de redención de tanto pesado pasado. Y eso, atendiendo al pretérito que nos vigila, solo  puede entenderse como lo que es. Otro desvarío más.

Las Cigarreras (Fotografía: Pepe López).

Pero, y mientras tanto, ahí está la ciudad compitiendo con Barcelona (que ya ha dicho no), Madrid, Lisboa, Sevilla o Málaga, que ahí es nada, para que una de las mayores pinacotecas del mundo mire a Alicante aunque sea de reojo. Poco importa que la propuesta sea solo humo. Y ya, que en el colmo del despropósito, proponga también llevarla al complejo de Cigarreras, desmontando el costoso camino hecho hasta aquí, solo puede ser visto como una muestra más del grado de desconcierto existente entre quienes como misión principal tienen codirigir la ciudad.

Otro –se teme uno– tiempo tirado a la basura. Otro remedo de Parque Central pospuesto para desazón de todos sus habitantes. Otra Gran Mentira contra la ciudad de todos. Seguramente desconocedores de que la gran historia de la que hoy es una de las mayores pinacotecas del mundo, el Hermitage de San Petersburgo, se cimentó sobre los restos de una pequeña y diminuta ermita. Esas pequeñas cosas que hacen que la historia sea justa, mansa y reconocible. Justo esas mismas formas de gobernar que tanto se echan a faltar por estas tierras.

Pepe López

Periodista.

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