Fue un hecho único, fundamental y que sorprendió al mundo. El dictador murió en su cama, pero el pueblo supo superar un siglo de pesadilla y reconciliarse en libertad.
Desenterrar muertos puede ser, por los fusilados tras la contienda, un acto de justicia, pero si se hubiera respetado el acuerdo de la transición se habría hecho para los familiares, para dignificar su descanso eterno, y sin propaganda, cámaras y utilización política. Tampoco se habría desenterrado a los gobernantes pasados que estaban donde la historia los puso. Puede no gustarnos, pero eso era una parte del espíritu de esa transición que refrendó la inmensa mayoría de la ciudadanía en la Constitución de 1978, que además fue votada por la gente que vivía en ese momento y era mayor de edad, es decir, por aquellos que sabían del tema, no a los que se la han contado o descontado ahora.
Tampoco se habrían cambiado nombres de calles para quitar a los de un bando para poner a los de otro, sobre todo cuando hay nombres tan bonitos para ponerles a las calles como «13 rue del percebe», «calle la alegría de la huerta», «calle abrazamozas» o «la calle Gibraltar español» —todas existen— y otras que se me ocurren, como «calle del Hércules de primera» —o lo que es lo mismo: «calle esperanza»—, «avenida de los paseos largos», «callejón sin salida»… La imaginación siempre es más brillante que la triste realidad.
Todo el rato están crucificando a quienes dicen que dejen a los muertos en paz y que se ocupe, la política, de los vivos. Es demasiado importante despistar con mierdas de estas a la gente para que no piensen en el recibo de la luz, el precio de la gasolina o el del lenguado fresco (en el mejor de los casos). Lamentable es que nos tomen por idiotas para que paguemos alegremente la tamboriná de impuestos porque el general zutano ya no está en la iglesia que él se construyó para ese fin.
Enfrente de eso está aquella transición que fue llevada a cabo por gente inteligente, generosa y, sobre todo, amantes de este país —que encima son tomados por fachas, fueran de la ideología que fueran—, y son olvidados en los libros de historia y en la nueva ágora del conocimiento: la inepta televisión tertuliana y subvencionada.

Ante este panorama, cuando puedo, recuerdo y transmito ese espíritu de la transición que reflejaba la idea de que nadie tiene la razón completa ni la preeminencia de la verdad, donde la inocencia y culpabilidad está equilibrada en los conflictos históricos pasados en España, en aquel país que quiso avanzar y progresar sin pisar la cabeza de nadie; por eso vienen a cuento las palabras de Ortega y Gasset, «el poder debería otorgarse solo a las personas que dieran muestras inequívocas de verdadero altruismo, que tengan las manos y la mirada limpias y cuyo objetivo sea servir y no ser servidos».
Enfrentar es una técnica propagandística para que te voten por descarte, es muy facilona, populista y cutre. Consensuar y dialogar supone esfuerzo, pero es lo mínimo que se debe exigir en política. Al pueblo solo le queda la esperanza, esa que cada x tiempo te ofrecen las urnas; ya lo dijo alguien:
«El futuro no está escrito, porque solo el pueblo puede escribirlo».
Adolfo Suárez
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Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Así veo yo tu artículo, Pedro. Saludos cordiales.
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