Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Lontananzas

La noche de los cristales

Fotografía: PublicDomainPictures (Fuente: Pixabay).

Allí mismo, entre las mesas lamidas por el alcohol, Miguel escanció su amarillo líquido. Había orinado en un vaso untado de morapio y se lo ofreció a la mujer que amaba, como a una diosa en su pedestal de alabastro, es venerada con loas y perfumes afrodisíacos. La singular ofrenda fue celebrada por los jóvenes rebeldes, embotados y sumergidos en una niebla de humo denso, esencias de licores exóticos, cavas, vinos; con las tripas liadas y quemadas del hachís y el blanco de los ojos enrojecidos, aún imberbes, fumaban la libertad mal entendida que liberaba las encrucijadas, los enigmas de un futuro sin certezas porque vino de golpe, tras un largo sueño. Nosotros éramos los hijos de una ciudad dormitorio que había crecido en dos décadas desmesuradamente, como un gigante adolescente, desgarbado, con granos purulentos en la tez, pero ilusionados y abiertos a nuevos horizontes. El calendario marcaba el mes de septiembre de 1977.

Pepe, Miguel y yo salimos escupidos de la tasca “El Cresol” y nos fundimos en la noche por las calles angostas hasta la parte vieja del centro de la ciudad. Eran horas intempestivas, casi rayando el alba, con instantáneas urbanas en blanco y negro, calles quietas, pasmadas e inalterables, como una fotografía. Era un silencio mal iluminado, el flato nocturno de las luces mortecinas, decadentes y tristes. Y así, pateábamos por el “carrer Empedrat”. A la esquina izquierda, el bar Sami, estaba cerrado. El reloj grande y redondo, que colgaba a unos tres metros de altura, marcaba las cinco en punto de la madrugada. Los zapatos crujían desnivelados por los adoquines como nuestros cuerpos. La concurrida arteria ahora estaba solitaria, sin embargo, muy cerca de nosotros, como decía el tango, el músculo dormía a ambos lados de nuestra piel vestida en agria protesta. Tres hombres caminaban como sombras tambaleándose por el peso del vino excesivo. Las cabezas cargadas de angustia, a flor de vómito liberador. Solo se escuchaban los ecos de los pasos temulentos de tres parias de barriadas lejanas, obreras y emigrantes de todos los confines del país. Tres vidas de la gleba industrial, llenos de fiebre política, de ilusiones utópicas, de literatura prohibida. Un DESEO profundo que se materializaba en rabia.

Pasamos por las inmediaciones de la antigua glorieta, con sus bancos de azules cerámicas, centro y ombligo de lo que fue un pueblo de alpargatas, menadores y fábricas de jabón, entre salvajes palmeras que trajeron del norte de África fenicios y árabes; y convirtieron en centinelas de huertos de hortalizas y tubérculos. Nos hallábamos en territorio señorial y burgués. Las sillas lujosas de las terrazas del “Florida” y el “Marfil” estaban recogidas. Ausentes del ambiente matinal, ambas cafeterías mostraban un aspecto de orfandad insólitos. Frente al ágora central, un edificio regio, robusto, con balconada color crema cruda, con bajos acristalados, presidiendo la “Corredera”. Esa casa blasonada con símbolos épicos nos obsesionaba por lo que había representado y representaba. Aunque exhibía un haz de flechas, aquella no era la sede de Cupido. Aprovechamos la soledad de piedra que nos acompañaba, algún borracho tardío, como nosotros, daba bocanadas como un pez a su pegado cigarro. Pasaba temulento, mirándonos como a extraños seres metidos en su cabeza, como alucinaciones. Se alejó mudo y zigzagueando. Nosotros aprovechamos ese momento, para cruzar hasta el regio edificio. Miguel se puso de espaldas a un amplio cristal que partiendo del dintel llegaba hasta el mismo suelo y lo acribilló a patadas. Escuché el estallido final y presencié las alas rotas de cristal bajando como guillotinas. Comenzamos a correr, en dirección al puente de “Canalejas”. Y en la misma entrada, nos desviamos bajando por un sendero seco que daba al cauce del río Vinalopó por las inmediaciones del parque municipal. Nos escondimos entre el ramaje que sobresalía en las paredes de piedra amurallada y ligeramente curvada. Todavía no me explico de donde sacamos, ebrios como andábamos, la energía y sobriedad necesarias para recorrer en tiempos de atleta semejante distancia. ¿Sería el miedo un potente antídoto o que el susto causado nos quitó los efectos?

Las últimas estrellas se iban disolviendo del cielo, dando paso a un azul que, por momentos, ganaba intensidad. Era sábado, los primeros bares comenzaban a levantar las persianas. Entramos en uno que estaba cerca del puente de “Altamira”, pedimos un café largo y una copa de Brandy de la marca “Garvey”. Parece que estábamos encariñados con el alcohol, no dejando emerger la resaca que ya se manifestaría a lo largo del lunes, en el trabajo maldito y secular. Estuvimos rememorando la “gesta” de nuestro correligionario, cómo zapateaba el vidrio, con qué afán y bien hacer, Miguel se había afanado en la noble tarea de la protesta práctica y “plástica”. Reímos entre ademanes de mimo para no levantar sospechas madrugadoras; reímos, ya fuera de peligro, momentáneamente. La lucha por la democracia real no había hecho más que empezar, porque esa transición amañada de antemano iba a ser larga y gravosa. Solo el convencimiento profundo, político, social y cultural de las mayorías podrían poner punto y final a esa desagradable historia de cuarenta años que sufríamos y padecimos en un marco de represión e injusticia. Aquellos años de inocencia y heroísmo juvenil quedarían empañados por los propios errores de aquellos que cambiaron la unidad por el negocio. Para los que currábamos, tras los idílicos fines de semana, la auténtica realidad seguía llamándose LUNES.

Antonio Zapata Pérez

Mi nombre es Antonio Zapata Pérez, nací en Elche, en 1952. De poesía, tengo publicados 13 libros de distinto formato y extensión, que responden a los siguientes títulos por orden de publicación: "Los verbos del mal" (1999), "Poemas de mono azul" (1999), "Rotativos de interior" (2000), "Lucernario erótico" (2006), "Cíngulo" (2007), "Haber sido sin permiso" (2009), "Recursos" (2011), "101 Rueca" (2011), "El callejón de Lubianski" (2015), "Poemas arrios Prosas arrias" (2017), " Los Maestros Paganos" (2018), "Espartaco" (2019) y "Zapaterías" (2019). También publiqué un libro de artículos periodísticos autobiográficos titulado "Lontananzas", editado por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, así como una antología de poesía, elaborada por el poeta e investigador alicantino Manuel Valero Gómez, junto a otros tres poetas alicantinos, denominada: "El tiempo de los héroes". Además, he colaborado en una veintena de libros colectivos y he publicado una novela titulada "La ciudad sin mañana" (2022). Actualmente trabajo en un libro de relatos, su título es "Solo en bares".

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