Comentar respecto del dinero en la actual crisis financiera mundial es bastante peligroso. Y si uno se atreve a escribir que el dinero es un don de Dios que estamos obligados a utilizar sabiamente, pudiera ser que algunas personas piadosas se escandalizaran por aquello de que “es más fácil que un camello pase por el agujero de una aguja que un rico entre en el cielo”.
Todos gastamos muchas energías para conseguir dinero y dedicamos bastante tiempo a estudiar qué productos vamos a comprar, cómo elegir un nuevo coche o una nueva lavadora, pero no solemos dedicar mucho esfuerzo a preguntarnos esto: ¿de qué forma estoy dispuesto a utilizar mi dinero para ser mejor persona y para ayudar a los que amo a crecer en virtud?
El dinero no es la raíz de todo mal como erróneamente tienden a pensar algunos. Más bien el apego al dinero en lugar de a Dios es lo que nos daña; de igual forma que el apego a cualquier cosa que sea objetivamente buena pueda ser dañina si la colocamos antes que a Dios. Porque entonces hacemos que algo o alguien reemplace a Dios. Y violamos el primer mandamiento del Decálogo. El dinero, como otros dones de Dios, es algo que él nos da para que sirvamos a los demás con él. Y al servir a los otros crecemos en virtud.
Dinero sí, pero ¿cuánto? ¿En qué medida habremos de amasarlo y de gastarlo en nosotros mismos y en los demás, especialmente en nuestros hijos? De la misma forma que alguien que ha sido bendecido con el talento, con una gran inteligencia, tiene justificación para utilizarla para sí mismo y para aquellos a quienes ama, podemos usar igualmente el dinero. Pero en el momento en que nos volvemos excesivamente indulgentes con nosotros o con los miembros de nuestra familia entramos en terreno peligroso.
Una nueva reflexión sobre el dinero puede llevarnos a alcanzar una mejor comprensión de aquellas cosas que el dinero no puede comprar. El esfuerzo por comprender algo como el dinero es probable que nos ayude a tener la sabiduría necesaria para su correcto uso. Y una vez que tenemos esa sabiduría somos más capaces de apreciar las cosas no monetarias como el amor, la esperanza, la fe, el coraje, la amistad, etc. Podemos empezar a ver el dinero no como un fin en sí mismo sino como una herramienta que nos debe ayudar en la búsqueda de Dios, que es el único capaz de saciar nuestras ansias de felicidad.
La palabra ‘filántropo’ viene de dos locuciones griegas: ‘philos’, que significa amor, y ‘anthropos’, que significa hombre. Según esto todos podemos ser grandes filántropos aún sin mucho dinero. El que tengamos, por poco que sea, podrá ser el combustible con el que alimentemos nuestro amor por los demás.
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