Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Al paso

El bigote de Gabriel Miró y el semáforo de la Casa de la Festa

Busto de Gabriel Miró situado en la Plaza que lleva su nombre (Fotografía: Redacción).

El Ayuntamiento de Alicante debería cuidar con más esmero algunos elementos urbanos especialmente valiosos.

Es verdad que el Ayuntamiento tiene muchas cosas que atender, pero algunas llevan excesivo tiempo sin ser miradas, aunque sea de reojo, por las concejalías de Atención Urbana y de Limpieza entre otras acaso. ¿A cuál le corresponde velar por el buen estado de las esculturas, como los bustos de Gabriel Miró, del doctor Balmis y de Rubén Darío, por poner tres ejemplos? Los imbéciles y anticívicos la tienen tomada con la efigie del excelso escritor de Las cerezas del Cementerio, Nuestro Padre San Daniel y El Obispo Leproso, busto ubicado en la plaza que lleva su nombre y también conocida como Plaza de Correos.

Otras veces duraban poco las pintadas-atentado, pero la última, un bigote casi daliniano, no hay manera de que desaparezca. Menos mal que almas buenas quitaron la gorra que colocó algún borracho y las chapas pegadas sobre la leyenda que hace una brevísima biografía de Miró y del busto, obra del escultor José Suárez, colocado el 5 de octubre de 1935 en el quinto aniversario de la muerte del escritor.

Hablando de leyendas convendría que nuestros queridos gobernantes municipales echaran un vistazo a la del monumento a Balmis (en su reformada y casi vilipendiada plaza) y a las que recuerdan a Carlos Arniches (calle Golfín esquina a San Francisco), al Beato Francisco Castelló (calle Viriato) y alguna placa de la fachada principal del Ayuntamiento absolutamente ilegible. 

El busto de Rubén Darío se encuentra en un espacio del reformado Paseito Ramiro, algo así como la planta baja junto a un paño de muralla mediocremente salvada, mientras en la planta superior se mantiene un jardín muy pobre y con rincones poco atractivos. Nadie sabe tampoco la razón de que hicieran una especie de anfiteatro con gradas de cemento absolutamente inútiles, que jamás han sido utilizadas, pero que han sufrido algún daño sin que haya sido reparado. Trozos de grada se apoyan en el pedestal del busto regalado por el consulado de Nicaragua a la ciudad en 1975 y que, tras muchos años desaparecido en almacenes municipales, fue recuperado y allí ubicado, en 2009, por la alcaldesa Sonia Castedo, estos días de nuevo en el candelero por una cena multitudinaria con amigos para celebrar le sentencia absolutoria de la Justicia.

Perdida, o al menos no repuesta, está la leyenda que acompañaba al primer semáforo que se instaló en los años 50 y que ahí permanece en la calle peatonal Cándida Jimeno Gargallo (antes Teniente Álvarez Soto), entre la calle Bailén y Rambla, junto a la Casa de la Festa. Los peatones que en su día no leyeron la historia del semáforo se preguntan qué hace un semáforo en una calle peatonal. Yo se la conté a una anciana que se paró ante él y luego me preguntó por qué no han repuesto la leyenda tras las obras de restauración del edificio municipal. Pues eso. Muy cerca de allí, en la Plaza Nueva, está el que fuera Acuario de peces mediterráneos y ha quedado en fósil inútil que impide disfrutar plenamente del espacio de la plaza.

Hablando de plazas y de calles es obligatorio denunciar que hemos pasado a una grave dejación en el servicio de limpieza que tiene que ver, en muchas vías públicas, con el exceso de palomas y sus cagadas inmisericordes. Hay calles y más calles llenas de cagadas desde hace meses. Antiguamente había camiones y furgonetas cisterna del servicio de limpieza lanzando agua a presión sobre aceras y calzadas. En la Plaza Séneca, creada tras el traslado de la Estación de Autobuses, además de las heces de las palomas existen las de unos mendigos, pobres de solemnidad. No les autorizan usar los retretes de los bares cercanos, defecan, a veces, en el pasillo existente entre un alto seto y el muro de entrada (o de salida) del refugio de la guerra civil, con nocturnidad, pero sin alevosía. Muy cerca, cerquísima, juegan (incluso con balón) los niños todos los días.

Cagadas sin cuento se exhiben en un bonito altorrelieve de la fachada trasera del edificio consistorial, como pueden atestiguar, entre otros ciudadanos, los que disfrutan con las viandas de los restaurantes de la bellísima Plaza de la Santísima Faz, cuya fuente, por fin, ha sido arreglada. Ahora anuncian la restauración de las atracciones de la calle San Francisco, que se ha convertido en una de las más turísticas y transitadas gracias a la decoración que promovió la exalcaldesa Sonia Castedo, de la que no puede decirse que todo lo que hizo era susceptible de ir a un juzgado de guardia. San Francisco es la joya de la corona de quien fue bautizada por el desaparecido hombre de teatro Luis de Castro como ‘la alcaldesa de las flores’.

El consistorio que preside Luis Barcala, compañero que no amigo de Sonia, mantiene el cuidado de jardines y demás zonas verdes de la ciudad. Un diez aquí para él, pero el suspenso monumental (cero patatero, casi cero Zapatero) en limpieza tiene que eliminarse cuando antes.

Ramón Gómez Carrión

Periodista.

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