Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

El abrazo

Escultura homenaje a los abogados asesinados en la Matanza de Atocha. Fotografía: Carlos Viñas-Valle -Flickr-.

El abrazo es uno de los actos más confiables del ser humano. Cuentan algunas crónicas que nació justo por lo contrario, como muestra de desconfianza, de palpar al otro para comprobar que iba desarmado. Pero eso debió ser hace mucho tiempo. Si abrazamos hoy es mayormente porque confiamos. Por eso debe ser que los necesitamos tanto en estos días que los tenemos prohibidos.

Atraviesa culturas y recorre la historia. Firma armisticios, y muchas guerras que parecen eternas solo terminan cuando sus principales contendientes, sus hasta ayer sanguinarios enemigos, se dan el abrazo que sella la paz definitiva. Es el paso que abre la puerta a tiempos renovados, donde el dolor puede ser compartido y nos recarga de emociones. Es, así, epílogo de desastres y prólogo de esperanzas.

Por eso, como decíamos, debe ser también que está tan presente en la historia, en las ceremonias, en los himnos, en el arte, en la literatura, en la poesía, en el cine… El Abrazo de Vergara entre el general isabelino Espartero y el carlista Maroto que puso término a la primera guerra carlista. Los abrazos a los nuevos caballeros para ser admitidos en las órdenes militares de la Edad Media. Ahí está El Abrazo amoroso de Pablo Picasso, una pintura realizada en 1900 en un París que era una ventana por donde mirar un mundo más libre y más abierto frente al rancio y oscuro paisaje de este país en aquellos años finales del XIX y principios del XX.

El abrazo de Vergara, relieve del Monumento a Espartero de Madrid (Pablo Gibert, 1886). Fotografía de Luis García (Zaqarbal).

Otras veces es reconocimiento y memoria. El conocido cuadro escultórico El Abrazo de Juan Genovés, icono de tantas cosas, pero sobre todo homenaje a los abogados laboralistas asesinados por la ultraderecha en un vano  intento de parar el reloj de la historia, y que es de esos abrazos que reconfortan, que fortalecen, que miran hacia la necesaria unidad en tiempos de crisis y zozobra. Un abrazo que motivó en 2015 las sentidas palabras de la exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, con motivo de la inauguración de un encuentro internacional contra movimientos terroristas extremos: “Me siento orgullosa de que la capital de España sea la única ciudad del mundo que tiene un monumento al abrazo”. Justo ella, que pudo ser precisamente otra víctima más de aquella barbarie cometida hace 43 años por unos pistoleros a sueldo de las cloacas del Estado y que no solo querían matar, sino dar una lección para que el abrazo entre quienes lucharon en una guerra fratricida nunca se diera.

Y ahí está esa pequeña maravilla de la palabra apapacho, un término que desconocía pero que buceando por internet descubres que es una palabra que existe en nuestra lengua producto del contacto, del abrazo, entre civilizaciones, que proviene de una lengua ya desaparecida que también desconocía como el Náhualt, y que la cultura mexicana y de otros países latinoamericanos traducen algo así como “abrazar o dar una caricia (a alguien) con el alma”. Apapacharse sin rencores ni dobleces, justo en este momento que los rencores emergen como traiciones a lo más básico si miramos a quienes deberían ser ejemplo y solo encuentran tiempo para el insulto, el engaño y la descalificación gratuita para hacer daño.

Abrazamos también por consuelo o condolencia. Esos abrazos que hoy echamos tan en falta en el silencio de los duelos imposibles y que un día habrá que juntarlos todos, en otro gran Genovés de homenaje a parte de una generación a la que todo debemos y a la que estamos despidiendo de la peor de las maneras. El abrazo suave de una madre al recién nacido para ayudarle a transitar el tiempo de fuera. El abrazo que antecede al beso de los enamorados, de las enamoradas. El abrazo que sella el distanciamiento, el silencio de años con tierra por medio y olvido en los ojos. Tan fuerte, tan revolucionario, debe ser que algunos directamente los prohíben en público, especialmente si alguna de sus protagonistas son mujeres.

El abrazo, finalmente, exige sobre todo el reconocimiento del otro como un igual, la renuncia a alguno de tus principios. Más o menos justo lo que necesitamos transitar en este camino de silencios inesperados para atisbar que este extraño y trágico tiempo que un día equívocamente llamamos guerra pero que es otra cosa, también tendrá el suyo. Su abrazo final. Nuestro mejor antivirus.

Pepe López

Periodista.

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