Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

De libros y sueños amarillos

Libro: Cuentos chinos del río amarillo.
Edición de Imelda Huang Wang y Enrique P. Gaton.
Biblioteca de cuentos populares. Editorial Siruela.
Ediciones Siruela, S.A., 2008. Madrid.

A mí, que sigo siendo un curioso espectador de las cosas y sus contornos me cuesta mucho localizar geográficamente los lugares. Sí, es verdad que soy bachiller, y como tal estudié la asignatura de Geografía, no solo la de España, sino la Geografía Universal. Pero si me preguntan aquello del Extremo Oriente o Lejano Oriente, no sabría dónde colocarlo. Desde luego, y vayamos por partes, debe estar lejos, y muy lejos de nuestro Occidente. Pero, me pregunto ¿muy lejos de dónde? Si cogemos un mapa de papel y lo situamos en el suelo, el Extremo Oriente estará a la derecha del mapa según miramos. Pero, ¿y si nos colocamos ante un globo redondo de mapamundi? Pongamos el globo frente a nosotros, y coloquemos nuestra mirada en el lugar donde se dibuja España o la península ibérica. A continuación, muy despacio giremos el globo, pasarán Europa, Asia y llegará América. Pero no, no hay que girar tanto, porque América no es el Extremo Oriente. A los bachilleres nos contaban que el planeta Tierra era como un globo redondo, “achatado por los polos y ensanchado por el ecuador”.

Y se nos hablaba de cinco continentes: Europa, Asia, África, América y Oceanía. Pero al fijarnos bien, veíamos que Europa y Asia estaban como unidos, como un solo continente, un gran pedazo unido, al menos en lo fundamental, y se nos hablaba del continente Euroasiático. En fin, perdonen, queridos lectores esta “contada” geográfica, que no se si he dicho bien.

Pero de alguna manera, esta zona de Asia, o lo asiático, nos evocaba a la China y al Japón. Y a una espléndida y determinada raza humana, la raza llamada “amarilla”. Y unos mundos de colores, de dragones de papel y de samuráis vestidos de lujosos kimonos. Y por supuesto de las bellas geishas del Japón, ¿recuerdan aquella película llamada Sayonara, con Marlon Brando y Machiko Kyo? Y si nos adentramos en la música, —arte de todas las artes para mí—, nos encontraremos con las óperas de Madame Butterfly y con la cruel Princesa Turandot, que compuso con su genial maestría el gran músico italiano Giacomo Puccini.

Pero sobre todo para mí, todo aquel mundo es un misterio. Un misterio, al que yo no puedo alcanzar, y que está representado en una caligrafía, como dibujada y escondida. Luego, oímos hablar de las “tierras de las especies” y de un coloso comerciante veneciano llamado Marco Polo.

Retrato de Marco Polo (Fuente: Wikimedia).

Marco Polo y Venecia. Quien ha estado en Venecia, nunca la podrá olvidar. Se quedará con el puente de los Suspiros, y sus gondoleros de un ir y venir sereno. Desde allí se partió en búsqueda de la “ruta de la seda”, y quizás podamos leer, un libro llamado El libro de las maravillas, que escribiera aquel famoso viajero. Y claro, a través de todo ello, acabaremos sabiendo sobre Kublai Kan, el quinto y último gran Kan del Imperio mongol y el primer emperador chino de la dinastía Yuan. Y cómo éste, nieto de Gengis Kan, estableció la capital de sus dominios en Janbalic, la que hoy es la actual Pekín, y llegó a constituir un gobierno compuesto de numerosos consejeros extranjeros, entre ellos tres venecianos: Marco Polo, su padre Niccolo y su tío Maffeo.

Dicen que don Cristóbal Colón, en su búsqueda de una nueva ruta por occidente para llegar a Cipango y Catay (China y Japón) en busca de las especies, llevaba en el viaje del descubrimiento como uno de sus libros de consulta, El libro de las maravillas de Marco Polo. Afortunadamente, nuestro gran marino genovés se “tropezó” o descubrió nada menos que un continente desconocido que debió llamarse Colombia y no América.

Pero volviendo a más atrás de lo que vengo diciendo, a mí, el mundo asiático me parece todo un misterio. Yo creo que nunca podremos alcanzar más parentesco con ellos, tanto los habitantes de Oriente y los de Occidente, que el de ser todos seres humanos.

Cuando a los bachilleres de hace un montón, sí, digo “montón” de años, se nos enseñaba a memorizar los accidentes geográficos y se nos preguntaba: A ver, ríos de Asia. La contestación al profesor era:

“Obi, Yenisei, Lena, Amur, Amarillo, Azul, Tigris, Indo y Éufrates”. Bueno había más, pero estos eran los que se consideraban como más importantes.

Desde luego debió estar en ellos la cuna de la civilización conocida. Siempre hemos sabido que Mesopotamia —país entre dos ríos— estaba entre el río Tigris y el río Éufrates, y de allí se encontró la estatua sedente del príncipe o pátesi de Gudea, un alto dignatario de la elite económica, política y religiosa-sacerdotal. Y desde luego el Código de Hammurabi. Aquel del ojo por ojo, o Ley del Talión.

Y ha caído en mis manos, en estos momento de mi vida en los que mi interés se dirige a la lectura de las leyendas milenarias de la vieja China, un libro hermoso, brillante y luminoso, por su, digamos, frescura antigua y su imaginación medio verdad y medio ensueño, insertado dentro de los cuentos sagrados y mitológicos de aquel lejano mundo y que se llama Cuentos chinos del río Amarillo.

Desbordado por su emblemático nombre, me he acercado a él, en la edición de Imelda Huang Wang y Enrique P. Gatón.

Imelda Huan Wang (Tainan, Taiwan, 1957) y Enrique P. Gatón (Palencia, 1949) son dos autores especializados en recopilaciones de cuentos y traducciones chinas milenarias, y en este libro, editado por Ediciones Siruela en 2008, nos introducen en un mundo que en su propia introducción invitan al lector a leerlos y decirnos que “disfruta cuando puedas de ellos y enfréntate al misterio que transmiten”.

Y los Cuentos chinos del río Amarillo despliegan ante nosotros un vibrante misterio. Nada menos que un dragón que por amor a una humilde raíz se transforma en rio. Y nos dice el autor en el nacimiento del río que “el río Amarillo surgió de la conjunción del fuego, el aire, la madera, el metal y el agua ¿Puede existir, acaso, una fuerza mayor que la del amor?”

Y se queda uno estupefacto ante esa afirmación. El escritor milenario se nos aparece aquí, hoy, en nuestro vejado mundo, con esta pregunta, y deberíamos darle la razón, porque no pude existir fuerza mayor que el amor. El amor a nuestros semejantes y el amor a nuestras cosas y a nuestros cielos y a nuestras estrellas y recuperar esta ilusión cuando en nuestro derredor solo hay infortunio y voracidad. Y se me aleja la voz y el misterio de aquel Oriente y me desespera el desasosiego.

“El río Amarillo fue antaño un dragón que renunció a ser siéndolo por amor”.

¿Hojitas de jengibre? Replicaron el Dragón del Morte, el Dragón del Sur, y el Dragón del Oeste, al revelarles el misterio el Dragón del Centro de la causa del amor por la que el Dragón se coinvirtió en el río Amarillo.

Y acaso no sea de extrañar que el jengibre, esa planta asiática con un rizoma aromático, pueda llegar a crear el misterio. Y en el caso del libro en amor.

Una tormenta cósmica se desarrolla a lo largo de los 54 cuentos que van llenándose de cosas maravillosas, hasta el propio río es juzgado por el “juez de los ojos sin tiempo”, el juez más estricto e incorruptible de China, el juez Bao Gong. Sólo el nombre de los cuentos nos llama a su lectura con su misterio: La plañidera que no sabía llorar, El tronco que no podía flotar o La madera enamorada. Y la lectura de este libro de cuentos nos ilumina los sentidos, adormecidos por los ruidos de nuestro tiempo.

Toda la magia de un lugar y un tiempo lejano, presiden este libro de cuentos, que hacen resultar espléndida su lectura. Como dicen los autores de la edición “Los cuentos chinos constituyen un cuerpo siempre nuevo, en constante proceso de formación”, y a mí, tras la lectura de este libro, me parece que es cierto cuando nos dicen cómo a lo largo de las generaciones, “lo mítico se posa sobre lo popular para remontar el vuelo hacia las alturas de lo literario y volverá posarse sobre la imaginación de un grupo humano ávido por desentrañar el misterio y el de cuanto le rodea”.

Dejémoslo aquí, y yo aconsejo que como un Marco Polo más, volvamos al país de las especias y leamos ese libro donde, por el amor a una rama de jengibre, un Dragón de los Cielos se convirtió en un río, en el río Amarillo.

Alicante, en las vísperas de un año nuevo.

Julio Calvet Botella

Magistrado y escritor. Colaborador de la APPA.

4 Comments

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  • He disfrutado leyéndote. No sé si eres un dragón, pero sí un gran río, no sé si amarillo… ¡Feliz Navidad!

    • Gracias Ramón Gómez Carrión. No soy un dragón solo soy una persona mayor que no ha dejado de ser niño. Porque no quiero dejar de serlo, y por eso me gusta jugar con dragones y princesas. Es el mejor mundo posible. Y hoy en Navidad acercarme a mi modesto Belén de figuritas de barro, y pedirle al Niño Jesús: Paz en el Mundo.
      Un fuerte abrazo, Ramon, y gracias por tu amistad. Julio Calvet.

  • Bonita historia la del Dragón convertido en río por amor; porque el amor es fuerza impulsora, originadora y transformadora.
    Un abrazo,
    Juan Antonio Urbano

    • Querido Juan Antonio Urbano. Es verdad. El mundo nació cuando Dios creo el amor. Yo no se cuando fue, y me parece que nos encomendó a los hombres y mujeres a difundirlo. Hoy hay quienes lo niegan. Se equivocan. Hasta un dragón se volvió río por amor. Como el rio Amarillo. Gracias por tu amistado, y por tu extraordinaria poesía. Un abrazo. FELIZ NAVIDAD.