Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Contrastes

Vida para el Benacantil

Los 167 metros de altitud del Monte Benacantil sobre el nivel del mar, medición realizada al propio pie de la montaña, permiten que esta peña se haya considerado como el centinela y guardián de la bahía de Alicante, de la urbe del mismo nombre y de las tierras de huerta que se extendían hasta el […]

Los 167 metros de altitud del Monte Benacantil sobre el nivel del mar, medición realizada al propio pie de la montaña, permiten que esta peña se haya considerado como el centinela y guardián de la bahía de Alicante, de la urbe del mismo nombre y de las tierras de huerta que se extendían hasta el Cabeçó d’Or.

 

El origen de su nombre actual hay que situarlo en la época de la invasión árabe, a partir del siglo VIII. Del vocablo «pinna» (peña, en latín) se pasó al árabe «benna», al que se añadió el gentilicio «laquantí», de los nacidos en la medina La-Quant. Así pues «Bennalaquantí» (la peña alicantina) fue como los árabes denominaron al monte. El paso del tiempo y la facilidad de pronunciación lo dejaron en Benacantil, tal cual lo conocemos hoy.

 

 

A través de los siglos, la consideración de Alicante como plaza fuerte con recinto amurallado y fortaleza dotada de artillería, propició que el monte Benacantil no perteneciera a la ciudad hasta bien entrado el siglo XX. Su titular era la rama militar del Estado.

A finales del XIX (1893) el Ministerio de la Guerra ordenó que el Castillo fuera desartillado al considerar nula su capacidad de defensa. Desde entonces, tanto la fortaleza como el monte sobre el que se alza fueron reclamados para la ciudad de Alicante, casi continuamente, por alcaldes y corporaciones municipales.

En 1911 el Gobierno de España dio vía libre a la repoblación forestal del pelado Benacantil. Se encomendó la tarea al ingeniero de montes Francisco Mira Botella. En marzo del año siguiente, aprovechando la visita de los monarcas españoles a la ciudad, la Reina Victoria Eugenia presidió el acto de colocación del primer pino en las faldas del monte. Era su anfitrión el alcalde Federico Soto.

En los primeros años la tarea de riego del incipiente bosque se realizaba con cántaros a lomos de mulas. Buena voluntad había, pero no era la tecnología lo más destacable.

 

 

 

Con los años y el cuidado adecuado, del que se encargaba el Ejército, pues era su propietario, la antigua peña pasó de ser un monte pelado a convertirse en el pulmón verde de la ciudad.

 

 

En los primeros años del siglo XX había gran demanda de imágenes panorámicas de ciudades y paisajes. Fue en 1929 cuando L. Roisin realizó la fotografía anterior que muestra como, en cuestión de 3 lustros, los pinos habían arraigado en el Benacantil, que ya era todo un bosque.

La foto se convirtió en postal y el 27 de octubre de 1931 fue remitida por un vecino de Alicante a la ciudad de Barcelona. Podemos observar como el franqueo (dos céntimos) está ilustrado con la imagen de Alfonso XIII, pero como ya se había proclamado la República un tampón sobre la cara del monarca recordaba que esto era la «República Española».

  

 

La tradición de ir a comer la mona al Castillo (como se denominaba popularmente al conjunto de fortaleza y monte) hizo que un auténtico aluvión de gente invadiera sus laderas en esos días de mona, que entonces eran tres. La costumbre se mantuvo hasta los primeros años 70. El acceso masivo de la población al automóvil, iniciado en la década anterior, abrió fronteras y nuevos destinos. El Castillo se quedó vacío.

Pero durante muchos años la algarabía y los vendedores de globos, frutos secos, chuches de entonces, helados…llenaban la carretera de subida a la fortaleza y a las zonas de pinada. Saltar a la comba, jugar al escondite, al tranco o a la pelota, eran los «deportes» más practicados en unos días de vacaciones escolares y merendola en plena naturaleza sin salir de la ciudad.

 

 

En las faldas de la cara norte (vertiente que vemos en esta imagen, con el actual Marq al fondo) afloraba una corriente de agua -con fuente incluida creando un auténtico vergel muy frecuentado por niños de los colegios cercanos para pasar el recreo.

Alicantinos y «piednoirs» jugaban a la petanca (varios de nuestros conciudadanos han sido campeones del mundo). Jubilados y paseantes respiraban a pleno pulmón bajo los pinos, e incluso diestros como Vicente Blau «El Tino» iban a practicar el toreo de salón.

Una bomba de agua, situada en una caseta encima de la fuente, se encargaba, con mantenimiento del Ejército de Tierra, de que el paraje disfrutara de auténtico verdor.

 

El 25 de junio de 1979, en plena resaca fogueril, el alcalde de Alicante José Luis Lassaletta y el gobernador militar de la plaza, general José Lamas Montes, firmaron el protocolo por el que el Ejército cedía gratuitamente al Ayuntamiento el Monte Benacantil.

 

El mantenimiento pasó a ser ejercido por la corporación. Desde entonces, se han anunciado muchos proyectos y actuaciones para el monte, el más sonado de los cuales fue el Parque de La Ereta (1994) en la ladera sur. Pero el caso es que hoy, en 2016, la fuente de la cara norte ha desaparecido. Lo que antes era un pequeño vergel hoy es un secarral.

 

 

 

 

La caseta de la bomba de agua, encima de la extinta fuente, aún se conserva. Este es su actual y lamentable aspecto.

 

 

 

La sequía, la deforestación por eliminación de arbolado para acometer la prolongación de Alfonso el Sabio así como el ensanche de Vazquez de Mella y la falta de inversiones, a lo largo de los años, para el cuidado de la masa forestal y su entorno, han llevado al Benacantil a una situación de postración medioambiental. Los huecos en el arbolado son ostensibles.

 

 

 

Si Alicante quiere seguir contando con ese pulmón verde en buenas condiciones debe invertir en él, aunque las arcas municipales no andan muy boyantes, que digamos. Habrá que echarle ganas e imaginación al asunto para rellenar las calvas con nuevos árboles. Realizar riegos, aunque sea «de socorro» para impedir que muera lo viejo y propiciar que arraigue lo nuevo. Dotar de infraestructuras básicas, como bancos para poder sentarse a la fresca sombra de los pinos, papeleras para no ensuciar el monte. Que aterrice la cultura….En fin, preocuparse por él, por su uso, por embellecerlo y convertirlo en un lugar mucho más frecuentado, como lo fue en otro tiempo. En pocas palabras: hay que darle vida al Benacantil.

 

 

Imágenes:

Biblioteca Nacional de España ; Archivo J. Thomas ; Colección L. Roisin ; Alicante City &

Experience ; Colección Francisco Sánchez ; Redacción Hoja del Lunes .-

Benjamín Llorens

Periodista.

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