Llega el mes de mayo. Una vez más el universo –nuestro mundo, sobre todo– eclosiona. Lo que en meses anteriores se anunciaba tímidamente, asomándose y escondiéndose alternativamente, florece con toda su fuerza, con toda su alegría, con toda plenitud. Un mundo de belleza, de vida apasionada emerge y se nos muestra a los ojos, ávidos de sentir, de inundarse de esa vida que florece por doquier.
En medio de ese maravilloso y maravillado mundo, de esa belleza sin par, de esa orgía de pasiones y tradiciones ancestrales, surge para todos los castellanomanchegos una ancestral, y enraizada en la noche de los tiempos, llamada al amor, a la alegría, a la íntima fuerza de los orígenes de la vida: los Mayos.
Y es que los Mayos no son solo una llamada a los encantos de la música que surge de los corazones de nuestros hombres que, apegados a la tierra que los vio nacer, sienten dentro de sí la llamada de la vida, retrasmiten ese arcano sentimiento que, año tras año, de una forma cíclica, de la misma forma que se suceden los ciclos de la vida, de la naturaleza, vuelven a aparecen dando forma y fuerza a esos sentimientos que coadyuvan a que la vida –que parecía desaparecida– cobre nueva fuerza y esplendor e inunde los sentidos de todas las personas que sentían en el fondo de sus almas cómo algo intenso, algo maravilloso, iba cobrando fuerza hasta que en mayo brotaba –renacía más bien– con toda su fuerza, gallardía y esplendor.
Los Mayos no son solo eso, son la más dulce, emotiva, luminosa, magnífica, espléndida fuerza de los sentimientos que inundan el alma y el corazón de los hombres y que encuentran su eco y su acomodo en el alma y en el corazón de las mujeres, que esperan esa llamada, esa serenata de la que ellas son las receptoras, las protagonistas deseosas de recibir ese halago que llega de su hombre, su novio, su marido…
Y sin pensárselo, los hombres, los mozos, se reúnen alrededor de una rondalla, de un grupo de baile o, simplemente, si no hay otros medios, a capella para cantar su amor por aquella que les llena el corazón y expresar las alabanzas que su persona les inspira a través de los Mayos de su pueblo. Y esos cánticos, esos bailes regionales y esos Mayos llenan las noches de los pueblos manchegos durante todo el mes de mayo. Las mozas y sus familias obsequian a sus rondadores y rondadoras –si hay cuerpo de baile– con dulces típicos manchegos sin que falte en ningún caso la célebre zurra manchega o la mistela que aclara las gargantas y calienta los corazones. Y así un día y otro día, un año y otro más.
Pero, atención, todos estos cantos y bailes, todos estos momentos de alegrías, alabanzas y amor no pueden nunca empezar sin que todos los grupos de rondadores, de cantantes, de orquestas y rondallas no hagan su primera ronda el primer día de mayo a la mujer que todos consideran la principal, la más importante y representativa del pueblo de cada cual.
Por ello, puntualmente, a las 12 horas de la noche del día 30 de abril, cuando nace el mes de mayo, todos se dirigen a la puerta de su iglesia y allí cantan y bailan, callan y esperan. Y la Virgen, la Patrona de cada pueblo, como cualquier mujer que es rondada, abre las puertas de su iglesia y sale a la puerta. Y allí se desatan las pasiones y los bailes y cánticos se vuelven más profundos, más alegres, volcando en las estrofas el amor de los pueblos por sus Vírgenes, por sus Patronas. Y en esos momentos no hay ateos ni agnósticos, porque todo el mundo, tenga las ideas que tenga, respeta a su Patrona y a lo largo de su vida se acordará de ella y de sus Mayos. Cuando todos los grupos han ofrecido sus cantos y bailes, su folklore, se convierten en una sola voz y al unísono cantan los Mayos –o el Mayo, según los pueblos– a su Virgen. Al finalizar, Ella se despide bendiciendo a los suyos y se retira al interior del templo hasta el año siguiente en que se volverá a repetir la historia. Debo decir que todo el pueblo se ha congregado para asistir al emotivo acto que, una vez terminado sigue con una ceremonia parecida ante la casa del alcalde o alcaldesa de turno que, cuando finalizan, les concede el permiso para rondar a las mozas del pueblo. Y así año tras año, cuando llegan estas fechas.
La Casa de Castilla-La Mancha de Alicante respeta esta tradición y año tras año, no a las 12 de la noche, pero sí en la misa de las 19 h de la Parroquia de San Esteban Protomártir, rememora estos actos y tras la misa por los socios fallecidos y por sus familiares difuntos, tras haber cantado la Misa entonan sus Mayos, que son los de Campo de Criptana en Ciudad Real a la Virgen Nuestra Señora María Auxiliadora. La Virgen del Remedio, Patrona de Alicante, también recibe el homenaje y los Mayos de la Casa de Castilla-La Mancha, el día que nos dice la Archicofradía de la Virgen del Remedio, a lo largo del mes de mayo.
Es tan profundo el sentimiento que produce en los manchegos el Canto de los Mayos a su Patrona que todos, yo, por ejemplo, recuerdo la música y letra de los Mayos de Alcázar de San Juan, a Nuestra Señora del Rosario; de Campo de Criptana, a la Virgen de Criptana; de El Peral, a la Virgen del Espino, pueblos donde he vivido los años jóvenes de mi vida. Y conozco los de otros pueblos y ciudades como Cuenca, Campillo de Altobuey. Y es que fui rondador de joven, también en la actualidad, ya no tan joven. Y eso hace que me emocione cuando canto los Mayos a las vírgenes de Alicante.
Solo me queda agradecer su atención e invitarles cada año a la Parroquia de San Esteban Protomártir o a la Concatedral de San Nicolás para compartir con Vds. nuestras emociones, muy sencillas, pero que salen del corazón manchego que tenemos dividido entre nuestros pueblos de origen y nuestra Alicante de adopción.
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