Desde el balcón del chalet me recreo mirando el perfil del paisaje. Allí enfrente, se recortan las montañas en el cuaderno azul del cielo y a su izquierda, traza su línea el mar formando su horizonte. La luz es tenue. Espero que pasen los minutos hasta que un pequeño haz de luz me avisa. Ya está aquí. Poco a poco va asomando su dorada cabeza el rey. Aquella maravillosa imagen me ensancha el pecho. Amanece. Y como una sinfonía silenciosa se empieza a llenar la mañana de colores. Todo espléndido amanecer es preludio de un gran día. Eso mismo piensan los cronistas de los países, de los reinos, los que narran los orígenes de los imperios. Un magnifico amanecer que resplandezca hará más brillante su nacimiento allá en los albores del tiempo. Y, para ello, se mezclarán mitos y leyendas, héroes y sabios, dioses y fuerzas de la naturaleza, magia y presagios.
¿Quién no conoce la famosa leyenda de Rómulo y Remo amamantados por una loba? Fueron abandonados en una cesta, a su suerte, en el río Tíber que la corriente llevó hasta un lago entre las colinas Palatino y Capitolio. Ahí fueron cuidados y alimentados por la loba Luperca y un pájaro carpintero, los animales sagrados del dios Marte y un pastor y su mujer.

Años después, Rómulo quería construir su propia capital, Roma, en el Monte Palatino y Remo, Remoria, en el Aventino. Se decidió que el que viera más buitres ganaría el mando. Al ver Remo seis y Rómulo el doble, ganó este último. Así que Rómulo trazó los límites de la ciudad y ordenó que nadie los traspasara durante las ceremonias, pero Remo lo desafió y los traspasó. Esto generó una pelea en la que Remo resultó herido y murió. Ese fue el origen mitológico del Imperio Romano.
O la leyenda del rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda, según la cual, Arturo accedió al trono después de arrancar la espada Excalibur de la piedra en la que estaba clavada y que nadie podía extraer, solo el que tenía que ser legítimo rey.
Dice un dicho popular asturiano, “España es Asturias y lo demás tierra conquistada”. Puede que con el Reino de Asturias suceda algo parecido y se introduzcan en el relato elementos que reflejen unos orígenes míticos.
Inicios del Reino de Asturias
Hay distintas opiniones con respecto a los inicios del reino astur. Desde la mitológica, la tradicional, la de las nuevas investigaciones, hasta la negacionista (la que dice que el Reino de Asturias jamás existió) y la que lo incluye en el Reino de Galicia. Según la revista Galiza Histórica en su artículo Falsificaciones históricas: El Reino de Asturias explica que: “De las aproximadamente cuarenta referencias a la denominación de este reino, sólo en una se cita a un rey de Asturias, cinco como rey de Gallaecia y Asturias, en este orden, y la treintena restante, siempre como rey de Gallaecia: Italiae, Galliae, Gothiae; Aquitaniae, Galleciae (Concilio de Francfurt, s. VIII); Hadefuns (Alfonso II el casto) rex Gallaeciae (Crónica de Reichenau), mortuus est Ranimirus filius Veremudi rex Gallecie et filius eius Ordonius successit in regno (Historiae Minores XXVII) o Adefonso (Alfonso III) Regi Gallaeciarum” (carta del Papa Juan IX).
Incluso hoy día hay polémica con algunos libros de texto, en concreto el libro de historia de 2.º de la ESO de la editorial Santillana de 2017, un libro que, aun habiendo sido editado especialmente para el Principado, borra del mapa histórico lo que fue el Reino de Asturias por lo que han pasado a denominar “Reinos Cristianos”.
En este artículo, pasando por alto estas versiones, puede que interesadas políticamente, nos centraremos en la interpretación más generalizada en la actualidad.

Las crónicas de Alfonso III y la Crónica de Albelda, ambas coetáneas, querían entroncar el reinado de Alfonso III, que tenía problemas para mantenerse en el poder y que acabaría abdicando en sus tres hijos, con el antiguo reino visigodo. Según opina el catedrático y asturianista, Juan Ignacio Ruiz de la Peña Solar, estas crónicas escritas muchos años después de los sucesos provocan una deformación y exageración del relato. Dicha crónica nos dice:
Al Qama entró en Asturias con 187.000 hombres. Según dice Francisco Javier Zabalo Zabalegui, el número de musulmanes que atacaron Covadonga tiene los precedentes bíblicos siendo una cifra simbólica. Al Qama llegó con su ejército hasta el monte Auseva y levantó su campamento con innumerables tiendas frente a la entrada de la cueva que allí había donde se hallaba Pelayo junto a sus compañeros.
El obispo Oppas subió a un montículo situado frente a la cueva y habló a Pelayo: “Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta cómo hace poco se hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y brillaba más que los otros países por su doctrina y ciencia, y que, sin embargo, reunido todo el ejército de los godos, no pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas, ¿podrás tú defenderte en la cima de este monte?” […]

Pelayo respondió entonces: “¿No leíste en las Sagradas Escrituras que la iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?”. El obispo contestó: “Verdaderamente, así está escrito. […] Tenemos por abogado cerca del Padre a Nuestro Señor Jesucristo, que puede librarnos de estos paganos […]”.
Al Qama mandó entonces comenzar el combate, y los soldados tomaron las armas. Se levantaron los fundíbulos, se prepararon las hondas, brillaron las espadas, se encresparon las lanzas e incesantemente se lanzaron saetas. Pero al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos. Y como a Dios no le hacen falta lanzas, sino que da la palma de la victoria a quien quiere, los caldeos emprendieron la fuga…
Esta sería la versión que aparece en las crónicas para dar esplendor a los inicios que Alfonso III quiso para los hechos que su bisabuelo Pelayo protagonizó.
La Batalla de Covadonga
Una explicación más objetiva de los hechos y apoyada por los estudiosos del tema a través de sus investigaciones nos relata los sucesos de una forma más realista. Y nos dice:
Una vez los musulmanes fueron apoderándose de la península, después de derrotar a los visigodos, llegaron hasta el norte de Hispania. En la zona noroccidental, fue nombrado valí Munuza, que desde Gijón, con una guarnición, gobernaba la zona. Ante unos excesivos impuestos, su autoridad fue desafiada por algunos dirigentes astures que se reunieron en Cangas de Onís, en el año 718, y decidieron negarse a pagar dichos impuestos. Tras algunas acciones de castigo, Munuza pidió refuerzos a Córdoba. Así, el valí Ambasa envió al mando de Al Qama una expedición, acompañada por el obispo Oppas.
La batalla conocida con el nombre de Batalla de Covadonga tuvo lugar en el año 718 o en el 722 en Covadonga, un paraje próximo a Cangas de Onís en Asturias. Pelayo fue elegido entre los nobles astures para dirigir la contienda. Esperaron a los musulmanes en el angosto valle de Cangas, junto al monte Auseva, en los Picos de Europa, donde los enemigos no tenían espacio para maniobrar. El ejército astur venció, siendo menor en número, por las condiciones del terreno elegido para la contienda y el conocimiento del lugar.

Las crónicas hablan de un ejército de 300 hombres dirigidos por Pelayo y muy superior el de Al Qama, aunque los recientes descubrimientos arqueológicos hacen pensar que las fuerzas cristianas de la región eran de varios miles. Las tropas musulmanas fueron diezmadas y Munuza se vio obligado a escapar a Gijón donde se había establecido y desde donde gobernaba. Al Qama murió en la batalla y, según se cuenta, sus fuerzas sufrieron grandes pérdidas en la huida al caer sobre ellos una ladera debido a un desprendimiento de tierras que acabó con todos los musulmanes (atribuido a una intervención divina). Hay autores que indican que fueron los mismos astures los que provocaron los desprendimientos cerca de Cosgaya en Cantabria.
Al conocer Munuza esta otra derrota, decidió abandonar Asturias y refugiarse en Toledo. En su viaje hacia tierras del sur, equivocaron el camino y fueron alcanzados por los astures en el valle de Olalíes, paraje donde hubo otra nueva emboscada, y Munuza y sus tropas murieron. Tras esta otra victoria Pelayo y sus hombres entraron en Gijón sin encontrar ninguna resistencia.
Todas estas victorias dieron un gran prestigio a Pelayo y los nobles astures se sintieron obligados a erigirlo como cabeza de todos ellos, dando pie a fundar el reino independiente de Asturias y establecer su capital en Cangas de Onís.
Algunos autores han considerado estos hechos como el inicio de la Reconquista, pero esto ha sido ampliamente cuestionado, ya que el «episodio de Covadonga», según otros historiadores, sería una continuación de las rebeliones que los astures habían mantenido en los siglos anteriores contra la Monarquía Visigoda; y, para otros, como José Luis Corral, profesor de Historia medieval en la Universidad de Zaragoza, la Batalla de Covadonga nunca existió y atribuye su invención a la corte de cronistas del rey Alfonso III, quien tuvo muchos problemas para la continuidad de su reino en las fechas cercanas al año 900, unos 150 años después de la supuesta batalla, de la que no hay documentos musulmanes ni cristianos del siglo VIII. Pero siendo de un modo o de otro, y pasando por alto la opinión de los que niegan la existencia de Pelayo, nos podemos preguntar quién fue Pelayo…
Don Pelayo
Pelayo fue el primer rey de Asturias y el personaje que dirigió los sucesos en torno a la Batalla de Covadonga. Por sus aciertos en las estrategias y acciones de mando al dirigir las operaciones militares contra los musulmanes fue elegido, entre los nobles que eran sus iguales, como jefe de las distintas tribus astures, como “Princeps”, para inaugurar una dinastía sucesoria.
Pero, en realidad, ¿quién fue Pelayo? Sus orígenes son motivo de debate entre los estudiosos del tema. Y todo esto sucede porque de este período, el de la Alta Edad Media, hay pocas fuentes que nos cuenten los sucesos de aquella época. La historiografía internacional se decanta por la procedencia visigoda de Pelayo, aunque la más moderna historiografía lo considera de origen astur-romano.

Partiendo de la premisa de que su nombre, Pelayo o Pelagio, es un nombre que viene del latín Pelagius (marino), de manera que este nombre no es germánico, como sí lo son los nombres de los reyes visigodos, esto hace pensar que su origen es hispanorromano. Este nombre, al parecer, era muy usado por los habitantes del noroeste de Hispania. La más moderna historiografía lo considera de origen astur-romano.
Para las fuentes árabes el origen hispano-romano de Pelayo no ofrece dudas, ya que se lo nombra como Belai al-Rumi: «Pelayo el romano». Así que, si tampoco es de origen islámico, debemos intuir que Pelayo fue un personaje autóctono. Y sobre todo, si vemos que en el testamento de Alfonso III, —en el que dona la iglesia de Santa María de Tiñana, que había recibido de su predecesor, Alfonso II (primo segundo de este que murió sin descendencia), como parte de la herencia de su bisabuelo—, el propio Pelayo confirma que era dueño de tierras y propiedades en el centro de Asturias, se puede deducir que estaríamos ante alguien perteneciente a la clase alta de esa sociedad tribal. Pero, este conjunto de tribus dirigida por sus jefes, ¿cómo había llegado a tener presencia en la historia?
Antecedentes
Desde la caída del imperio romano asistimos a una importante carencia documental. Por lo tanto, de Pelayo, el primer rey de Asturias, no tenemos ninguna fuente fidedigna coetánea de sus orígenes y su vida, ni nadie que cantara sus hazañas, como sí hubo con el rey Arturo. Solo se puede contar con fuentes árabes y cristianas posteriores a la época, pero con un sesgo ideológico (ya sea musulmán o cristiano), por lo que hay que tener mucho cuidado al interpretarlas. Y también en el caso de la crónica de Alfonso III, que con estos textos buscaba hacer legítima su monarquía entroncándola con la antigua realeza visigoda a través de Pelayo.
Tras la caída del Imperio romano, se produjo una mayor presencia de poderes tribales con dominio sobre pequeñas zonas o valles. Así hubo un resurgimiento de las sociedades anteriores a la llegada de Roma y que no pudieron ser eliminadas. Al parecer, este sería el tipo de grupos tribales que Pelayo dirigió en la Batalla de Covadonga, capaces de organizar su territorio y de establecer alianzas con otras jefaturas locales para hacer frente a amenazas de mayor envergadura. De esto ya se tienen noticias por las crónicas visigodas, que señalan que en el año 680, el rey Wamba pone rumbo a Asturias para sofocar una revuelta.

También se han encontrado en puntos de entrada a Asturias, desde la meseta, unas construcciones defensivas en una época anterior a los sucesos de Covadonga. Estos datos nos hacen pensar en la existencia de un deseo de estas tribus de tener su propia libertad. Así que, ya en tiempo de los visigodos, los astures se revelaban contra el reino de Toledo. Por lo tanto, si ya había enfrentamientos contra los visigodos, la ascendencia romana de su nombre y también la opinión de autores islámicos, como Ibn Jaldún, rechazan un origen godo para Pelayo, nos pueden hacer ver que el origen de Pelayo no fuera visigodo, sino astur.
Quizá fuera de interés tener una breve noción de qué fueron las Crónicas que más arriba se han aludido donde se habla del personaje de Pelayo y la Batalla de Covadonga.
Crónica de Alfonso III
La Crónica de Alfonso III es un documento histórico que se atribuye al propio rey Alfonso III. Dicha crónica abarca desde el reinado de Wamba hasta el final del de Ordoño I de Asturias, padre de Alfonso y a quien sucedió. Existen dos versiones de esta crónica: la rotense, que se encuentra en el Códice de Roda, y la sebastianense, también llamada ovetense, ad Sebastianum o erudita. Sin embargo, otros autores, recientemente, plantean la posibilidad de que ambas versiones se correspondan realmente con dos crónicas diferentes basadas en la Crónica de Ordoño I.
Crónica rotense
Es la primera versión, la Crónica rotense, así llamada por haberse hallado en la Catedral de San Vicente de Roda de Isábena. Posteriormente aparece la Crónica ovetense, que hacía mayor hincapié en considerar a don Pelayo como sucesor de los Reyes de Toledo, es decir del reino visigodo. El fin de estas dos crónicas era demostrar la continuidad del reino visigodo en el Reino de Asturias.
Está escrita en un latín bastante bárbaro, se cree que por un laico, para muchos estudiosos el propio rey Alfonso III, ya que en una frase referida a la ciudad de Viseu, en Portugal, se dice que fue poblada “por nuestro mandato”, frase que sólo el rey podía escribir. La obra pretendía haber sido una continuación de la Historia de los godos del obispo Isidoro de Sevilla, que terminaba al final del reinado de Ordoño I.
Crónica sebastianense
Una vez redactada la anterior versión, el rey Alfonso III se la envió a su sobrino Sebastián, obispo de Salamanca u Ourense, quien mejoró el estilo retocando su tosco latín, censuró varios fragmentos e introdujo ciertas correcciones ideológicas como las del noble origen de Pelayo, la exculpación del clero o la exaltación de la intervención goda en el origen del Reino de Asturias. Esta versión corregida es la conocida como la versión Ad Sebastianum o sebastianense.
Códice Albeldense
El llamado Códice Albeldense redactado para el Monasterio de San Martín de Albelda (Rioja) es coetáneo a las anteriores crónicas, pero se finaliza en el año 976. Es un gran volumen con numerosas miniaturas de gran calidad. Su contenido es fundamentalmente jurídico (derecho eclesiástico y civil vigente en la época). Pero añaden obras de carácter histórico y litúrgico. Entre estas últimas obras destaca La Crónica Albeldense.
La Crónica o Cronicón Albeldense se basa en reflejar la cronología de la historia, principalmente de reyes. Tras una breve introducción sobre la geografía del mundo y de España, repasa los sucesivos “príncipes”de los romanos, de los visigodos, de los asturianos y de los musulmanes. Su importancia radica en que recoge información sobre las etapas finales del reino de Toledo y las iniciales del reino ovetense. En ella se hace reflejar el mito de la continuidad entre el reino visigodo y el reducido reino de Asturias, más por sentimiento que por razonamiento, pero los hechos acaecidos en Covadonga entre cristianos y musulmanes se cuentan de forma más sucinta y sin grandilocuencias que en las anteriores.
Crónica mozárabe
Escrita desde el otro bando y de forma anónima en el año 754 (más cercana a la fecha de los hechos), guarda silencio sobre Covadonga. Según expone el catedrático de Historia Medieval y asturianista, Ruiz de la Peña, en el Diccionario Biográfico de la Academia de la Historia: “Puede justificarse por el nulo o escaso eco que tendría en los círculos cordobeses, en los que él escribe, la fallida expedición de castigo dirigida hacia un lejano y apartado lugar de la frontera norteña de la España islámica”.
Como conclusión, podríamos decir que los inicios del reino astur se confunden en las tinieblas de los tiempos pasados, que no están documentados fehacientemente y se entremezclan con hechos sorprendentes y se quieren enraizar con personajes que rayan el mito y los narran, según los intereses de quienes, muchos años después, quieren referirlos. Esto sucede también con los inicios de otros reinos, de imperios y de hechos que se quieren realzar para que queden plasmados en la memoria de los siglos.
Bibliografía
- El siguiente artículo: https://www.laaventuradelahistoria.es/el-reino-de-asturias-una-monarquia-en-expansion.
- El origen de don Pelayo y la Batalla de Covadonga (Despertaferro-ediciones.com).
- El artículo de Claudio Sánchez Albornoz: «La Crónica de Albelda y la de Alfonso III».
- Códice Albelcensa y Crónica de Alfonso III.
- Artículo de El Español: «El mito de Covadonga: la primera gesta de la Reconquista fue una escaramuza».
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Querido amigo José Antonio Enhorabuena por tu magnífico y documentado articulo sobre Asturias. Un abrazo Julio Calvet.
Muchas gracias, querido Julio. La Historia de España es muy interesante y rica. Un abrazo.
Muy interesante Juan Antonio de lo que cuenta de don Pelayo, se nota que has investigado, es que actualmente no estudia historia hasta después de la Pepa de 1812, como si lo anterior no hubiera exizto. Juli y yo hemos estado en la cueva de Covadonga y en la iglesia y en el museo donde está la Cruz Original, merece la pena ir a Asturias comerse una fabada con sidra de barril. Un abrazo.
Es cierto, Ramón, es una buena tierra, rica en monumentos, paisajes (de montaña y pueblos marineros) e historia; y la fabada y el pescado, exquisitos.
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