Entre algunas de esas cosas raras que hacen las familias, las familias felices, y también las que lo son menos, cada una a su manera, esas cosas que les son propias y que las distinguen de las demás al tiempo que vinculan a sus miembros atándolos con un fino hilo de singularidad, en mi casa teníamos una especialmente extraña: en mi casa muchas cosas se decían en francés. No era por esnobismo, ni muchísimo menos, nada más lejos de la autenticidad que profesaban y en la que vivían mis padres. Ni tan siquiera por fomentar en nosotros el interés que siempre tuvieron, y que nos inculcaron incansablemente, por que aprendiéramos idiomas. No, el motivo de esta singularidad familiar nuestra era mucho más sencillo, y mucho más romántico: mi padre, que había aprendido francés él solo, con unos libros de l’Alliance Française y del método Perrier que le había regalado un amigo, y con los que más tarde, ya viviendo en Marsella, se preparó y obtuvo todos los títulos a los que se presentó, pensaba que no podía haber ninguna otra forma de decirlas que fuera más bonita que decirlas en francés.
De bonne nuit a poubelle, una larga lista de palabras, expresiones, y hasta oraciones, nosotros las decíamos en francés. No había un plan, ni un vocabulario específico, ni estaban tampoco reservadas a un espacio o a un momento especial. Simplemente se decían así, y así las aceptábamos con toda familiaridad, la de las familias felices, y así pasaban a enriquecer con naturalidad nuestro vocabulario. Para sorpresa mayúscula de mi hermano mayor al enterarse, porque nadie lo entendía cuando lo decía en el cole, de que poubelle no era una palabra española. Épaté quedó el pobre. No es que no conociera la palabra basura, o papelera, es que pensaba que las tres eran hermanas y habían nacido todas bajo el mismo techo. Esto era verdad, aunque él no lo supiera todavía: poubelle , basura y papelera habían nacido las tres como hermanas bajo el mismo techo que cobijaba a nuestra familia. Para el resto, sólo el mundo de la traducción amparaba su vínculo. De la recuperación a tamaño desengaño lingüístico que requirió el pobre niño se habló durante mucho tiempo en casa. Eso sí, evitamos hablarlo en francés.
Por esa razón, seguramente, y a pesar de todo, a mí me gusta tanto la palabra rentrée. Con sus erres un poco gangosas y su doble e, con tilde en la primera, y una segunda insistiendo en que es femenina, como lo son la vuelta o la reincorporación, sus hermanas españolas.
Aunque el Diccionario panhispánico de dudas nos dice que es «galicismo evitable, que puede sustituirse por expresiones españolas como inicio, reanudación o reapertura del curso (escolar, político, etc.) o por vuelta a la actividad (escolar, política, etc.)», la verdad es que suena mucho mejor en francés. Por ello, no puedo sino darles las gracias a mis padres por habernos legado una forma distinta de mirar, y de oír, una capacidad amplificada para escuchar lo que nos dice la vida y entenderla en una multiplicidad de acentos.
Y eso ha hecho que esta mañana, primer lunes de septiembre, algo plus fort que moi me haya lanzado en los brazos de mi rentrée scolaire particular, con el sueño repetido de cada vuelta al cole, y la ilusión renovada por un nuevo, sereno, brillante y enriquecedor año nuevo.
Bonne rentrée à tous!
Se pa posible mon ami
Bonne rentrée. Dile a nuestro buen amigo Pedro que te pida consejo cuando intente escribir en francés. Un abrazo.
Evidentemente no tengo ni idea
Todo es ponerse. Allez-y! Gracias por leerme, un saludo Cristina
Gracias, querido Ramón. Finalmente ha sido un buen día, a ver qué tal se nos dan los 180 restantes ☺️. Un abrazo, Cristina