La vida está repleta de pusilánimes que te succionan la energía como los vampiros la sangre, hacienda la pasta y todo el circo del gobierno acaba con tu capacidad de discernir porque en ese océano repleto de mentiras, vanidades y mierda, no hay quien sobreviva.
Y no caigamos en que las cosas se solucionan por arte de ensalmo, de birlibirloque, de magia. Esas personas conspicuas que dejaron de serlo muy pronto porque, sencillamente se le notó de lejos el plumero y ahora ya ni te cuento.
La vida, aun con remaches en la piel, es mucho más que cuatro mil suicidios al año, justo aquí en nuestro país. Pero si abrimos las ventanas y miramos el resto del mundo, la cosa llega a ochocientos mil. Y claro, parece que algo, por diminuto que sea, no se está gestionando bien o les da completamente igual que esto ocurra, aunque siempre que mienten, es decir, cuando hablan, hay distintas administraciones y especialista que trabajan muy, pero que muy duro, para paliar semejante descalabro.
No sé si es el mejor de los tiempos, no sé si es el peor de los tiempos, que diría Dickens en Historia de dos ciudades allá por 1859 y que se publicaba por entregas semanales, cosa bastante común en la época, llegando a vender más de cien mil ejemplares por semana.
Curiosidades a un lado, lo cierto es que todos los tiempos consiguen de manera lícita toda la mierda que luego deben de limpiar y a qué negarlo, hay mierda que te la ha pasado el pasado y otra, quizá mucho mayor, los de ahora se la transfieran por la jodida vía telemática a ese futuro tan prometedor con olor ciertamente acre y con toneladas de moho vertidas por tierra, mar y aire.
Con todo, los magnates o mangantes, quizás ambas cosas, nos permitan cortarnos el pelo a trasquilones y luego con ese pegamento tan efectivo del miedo, nos lo pegaremos en el culo, como si nos lo hubiese lamido una cabra.
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