El tema del año –de cara a algún catálogo de anales– bien podría ser el tan traído y llevado en los informativos sobre el precio de la luz, que según parece se subasta a golpe de megavatios. Se dice que se ha cuadriplicado y hasta quintuplicado. Se argumenta que nos están cobrando al precio de la generación de la electricidad más cara –la que se produce mediante combustión de gas– todas las demás, aun siendo éstas –eólica, hidráulica y solar, y hasta la nuclear– mucho más baratas.
Negocios y empresas claman ante el Gobierno por los costes que están minorando su capacidad de generar beneficios; los paripés entre políticos de todo el espectro son constantes; las empresas eléctricas defienden su casi monopolio pero sus consejeros no arrían sus sueldos a un nivel que la moral o la ética pueda aceptar sin sobresaltarse; se acude a la Comunidad Europea para que organice un poco este cacao y se nos dice que las familias sin recursos no pueden más y lo peor será el próximo invierno.
Entretanto, se anuncian por acá y por allá nuevas instalaciones fotovoltaicas, ante el estupor de los munícipes ante tanta demanda y el clamor de los conservaduristas del medio ambiente que, sin embargo, no protestan por el abandono de terrenos antaño agrícolas, que podrían reconvertirse con ayudas directas. Hasta se anuncian restricciones en forma de porcentajes para limitar los espacios que pudieran ser afectados por nuevos proyectos.
En 1984 tuve la oportunidad de viajar a Suecia con toda mi familia; el desplazamiento en automóvil nos llevó a cruzar el Báltico desde Alemania y por allí quedamos extasiados al contemplar el “bosque” de molinos generadores de energía que emergían desde el fondo del mar. Ha llovido desde entonces –no siempre a gusto de todos–, pero… ¿cuántos teníamos instalados en la piel de toro por entonces? Parece que siempre andamos con retraso.
Aquí los vientos predominantes de Levante bien podrían justificar más de una instalación de este tipo. Y desde luego, nuestra administración más cercana también podría actuar en dos direcciones: una, incentivando a los propietarios de viviendas en las que fuera posible instalar placas –ahora las hay preciosas, integradas elegantemente en los tejados– con minoración de impuestos locales; y otra, dando ejemplo, las propias instalaciones municipales (pabellones deportivos, piscinas cubiertas, colegios…) bien podrían ser soporte de estas instalaciones. Los grandes estadios de fútbol también podrían ser base –creo yo– de cientos o miles de placas en sus partes altas, hasta las plazas de toros. Y, finalmente, las empresas deberían recibir incentivos para invertir en este terreno: los grandes polígonos industriales dan mucho margen de maniobra, solo hay que ver las fotos aéreas que a veces se publican en los medios, huérfanas de placas.
Así que entre tinieblas ando y tampoco veo luz que ilumine a nuestros gestores públicos. Y por si fuera poco, se me ha ocurrido hacer un ejercicio personal: yo pago todos los meses dos facturas a Iberdrola, la de mi vivienda en la ciudad y la de mi casita en el campo. He sumado todas las facturas desde primero de noviembre de 2019 a final de octubre de 2020 (o sea un año completo) y todas las de noviembre de 2020 hasta esta misma semana (o sea doce meses parejos). La factura media mensual del segundo bloque ha resultado un 25 por ciento más baja que la del primero, cuando aún no había empezado a subir el precio de la luz. A pesar de la rebaja del IVA hace unos meses del 21 al 10 no me salen las cuentas ¿Hay quien me lo explique?
Seguramente estaremos en casa algo más sensibilizados y nos habremos preocupado de no dejar nada encendido cuando no es preciso, o yo soy un lince contratando –ni soñando– o Iberdrola se equivoca conmigo, o el precio de la energía en realidad no ha subido, o he sustituido demasiadas bombillas por otras de bajo consumo. O un poco de todo, y si faltara algún aditivo más en este confuso y neblinoso panorama la diplomacia trata de gestionar con Europa cierta independencia en la gestión y con Argelia el envío del gas sin interrupciones o retrasos.
El invierno está al caer, y yo –casi como todos, Gobierno incluido– a oscuras ando, no quisiera tropezar; y mucho menos caer.
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