Teníamos retenida en la mente la frase que había manifestado el deán de la Catedral de Santiago de Compostela que decía: “el retorno, una vez vivida la experiencia de la peregrinación, es una explosión de verdadera alegría”: una sonrisa que permanece, un mirar continuo hacia el cielo dando gracias, unas ansias de cambiar de vida, un querer llegar a casa y abrazar a los familiares, amigos y hasta vecinos. Es frecuente escuchar, entre los que regresan cargados de mochilas rebosantes y de miles de ideas, que ahora quieren verlo todo (la vida y su sentido, principalmente) de un modo distinto, que se manifiesta con todo lo que ha sucedido en su corazón. El deán (José Fernández Lago) habrá dicho esto mismo a miles de personas: “El camino está destinado a dejar una seria impronta en el peregrino, hasta influir en su interioridad para llevarle a la reflexión y, de este modo, hacerle encontrarse consigo mismo”. Es la conversión lo que le hace cambiar no sólo en los pensamientos que albergue sino también en orden a ser consecuente en la propia vida. Aunque la dificultad del camino le hiciera a uno llegar triste, el retorno, una vez vivida aquella experiencia, es un estallido de auténtico entusiasmo. También matiza esta singularidad el Arzobispo de Santiago de Compostela.
Ya habíamos hablado en este semanario del Camino de Santiago en fechas cercanas a su festividad, y también de su importancia para la Iglesia (y asimismo para muchos españoles). Recordamos al Papa Juan Pablo II, en carta a todos, al iniciarse el Año Santo con motivo de la apertura de la Puerta Santa. El Arzobispo la ha recordado y en su discurso de este año ha precisado que, según el Códice Calixtino, todo año santo compostelano, aunque tenga el final geográfico en la peregrinación a la Casa de Santiago la verdadera meta de la peregrinación es la libertad interior, la libertad de los hijos de Dios a la que Dios Padre nos llama. El Jubileo Compostelano está íntimamente relacionado con la peregrinación. Siendo el Camino como en verdad es: un camino de fe, hemos de buscar todo lo que signifique una ayuda para el creyente que recorre esa senda que conduce al encuentro con el hijo de Zebedeo y Salomé, y hermano de Juan. El creyente que hace el recorrido entra en la exuberancia de los campos y montañas, en la riqueza del agua que de ellas fluye, la fragancia de las flores y la belleza de la naturaleza, juntamente con los animales que gozan de libertad, que cuando se cruzan en el Camino, forman parte del grupo de romeros que tienen una misma meta, pareciendo que ellos también miran hacia lo alto.
Cuatro símbolos del peregrino
Es interesante hacer referencia a los cuatro símbolos del peregrino. Dice el Líber Sancti Jacobi o Códice Calixtino que “el camino de la peregrinación es bueno pero arduo. Por eso desde el principio el peregrino recibe la mochila y el bastón. La mochila es símbolo de “una pequeña despensa, siempre abierta”. Para seguir de verdad al Señor, nos ilustra José Fernández Lago, deán de la catedral compostelana, los bienes que se empleen en la peregrinación han de servir para ayudar a los pobres. En un sentido más espiritual, “deberíamos acompañarnos de la mochila de nuestra vida en el camino hacia Dios, que quiere ser para nosotros el compañero del camino de nuestra existencia terrena”. Otro objeto que recibe el peregrino es un bordón o bastón para ir apoyándose en los terrenos irregulares y en las subidas y bajadas de montículos, así como para que se defienda de lobos o perros que pueden salir a los caminos; simboliza la defensa de quien camina y tiene que vencer dificultades. La calabaza la llevan algunos peregrinos colgada del bordón; así, todo a mano, cuando haya que echar mano del agua regeneradora para seguir adelante. También la calabaza tiene su sentido espiritual: en la tradición bíblica significa vida interior que nos habla de la pureza del corazón y también cierto olor a perfume. Finalmente, la concha de vieira sirve para el viaje de regreso lo mismo que las dos valvas de molusco.
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