Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Tres historias ficcionadas y una no tanto

(Fuente: COPE).

Historia 1. Arturo era empleado de la Nissan en Barcelona. Y decimos era porque aunque aún tiene allí su puesto de trabajo desde hace cinco días sabe que lo suyo tiene fecha de caducidad y ya ha empezado a pensar como extrabajador. Arturo es catalán. Nació en un pueblo del área metropolitana de Barcelona adonde sus padres emigraron desde un pueblecito de Jaén en los años sesenta porque allí escaseaba el trabajo, pero él ya nació allí, en Cataluña. Por eso para él ser catalán y ser español no es contradictorio. De hecho entre sus amistades unos le conocen como “el español” y otras le llaman cariñosamente “el catalán” porque desde muy pequeño, entre viajes a la tierra de sus padres y sus abuelos, aprendió a querer a las dos. Pero sucede que Arturo lleva unos días que apenas duerme. Ya se olisqueaba algo, porque estas cosas no suceden de un día para otro, y a ratos, entre barricada y barricada, le asaltan imágenes de cuando consiguió el puesto de trabajo que ya no tiene. De eso hace ahora justo 25 años. Bien que le vienen a la cabeza las felicitaciones que recibió de la peña, porque siempre se había dicho que entrar en la Nissan era como un seguro de vida, como entrar en un banco y eso. A la empresa le ha dado todo, de eso no hay dudas. Como tampoco que lo suyo a primera vista podría decirse que ha sido como cabalgar la suerte, pues a cada pregunta que le planteaba la vida, él siempre parecía tener la respuesta adecuada, aunque, bien mirado, no era solo eso. De hecho, siguió estudiando mecánica para poder escalar laboralmente en la empresa en donde, a base de esfuerzo y estudio, pudo llegar a jefe de sección. Y todo ello, en el poco tiempo libre que le dejaba el trabajo, la familia –tiene mujer y dos hijos, una, la mayor, Andrea, estudia Derecho en la Universidad de Barcelona y el pequeño, el Jordi, está en la ESO– y sus amigos, algo sagrado para él, especialmente el almuerzo de los domingos tras corretear en bicicleta por las montañas próximas. Ahora, cumplidos los 53 años, mira atrás y le asaltan preguntas y más preguntas: ¿valió la pena? ¿cómo puede una empresa a la que has dado todo echarte a la calle como un trapo sin que nada pase? Y, por vez primera nota algo raro a su alrededor, como una humareda envolviendo su cabeza. Y sucede también que ya no encuentra ni tiene tan a mano las respuestas que siempre tuvo de aliadas.

(Fuente: www.desafiojoven.com).

Historia 2. Laura es una joven murciana que acaba de saltar la barrera de los treinta. Estudió cuando había que estudiar. Fue a la universidad cuando tocaba ir a la universidad. Y como siempre le ha gustado correr mundo –esa es su gran pasión, correr mundo– marchó a una universidad en el extranjero para hacer un máster de esos que cuestan mucho pero que decían abren puertas. Como, además de ser una joven inquieta, es también responsable, aprovechó el tiempo en ese país para trabajar un poco aquí y un poco allá en las horas libres que le dejaban los estudios, mas que nada para ayudar a sus padres en el pago del máster y en la estancia, pues la vida allí no era precisamente barata. En ese tiempo se puede decir que incluso le fueron bien las cosas y pronto encontró trabajo de esos que llaman fijos. Primero en una tienda y, luego, en una empresa que algo tenía que ver con sus estudios. Todo parecía ir bien. Incluso dejó aquel segundo empleo para probar en otro país extranjero porque, ya lo hemos dicho, le gusta correr mundo. Pero un día notó que estaba cansada de los días tan cortos, de la poca luz, y observó que algunas madrugadas se despertaba a media noche soñando con su Mediterráneo, con ese sol y esa luz que tanto acuna, sobre todo cuando estás lejos, y decidió que quería regresar. Así que se volvió a despedir y se vino a España a iniciar lo que ella llamó su nueva vida. Pero, de pronto, la realidad se le echó encima. Aquí, en su país, su trabajo no estaba ni valorado ni pagado, el paro juvenil era desorbitante. Nada nuevo, nada que no supiera, se dijo, porque siempre hay ese hilo de esperanza de que todo no puede ser tan malo como te lo cuentan… De modo que pensó que quizás lo mejor sería presentarse a unas oposiciones que debían estar realizándose justo ahora, en plena desescalada de la pandemia, y para las cuales se ha estado preparando duro todo un año, y pagando, como tantos como ella, a una academia con el dinero ahorrado. Pero resulta que las oposiciones han sido suspendidas o aplazadas, no se sabe bien, y el trabajo está como está. ¿Otra vez la maleta?, se pregunta en las horas de bajón. No quiere irse –le gusta demasiado la tierra donde nació, su sol, ya lo hemos dicho también– pero ya no tiene tan claro que aquí, en su país, haya sitio para ella y para gente como ella. Pero, sobre todo, no quiere volver a despertarse a media noche.

(Fuente: www.fundacionsentidos.org).

Historia 3. María Fernanda es medio española. Y decimos medio porque ella en realidad nació en Ecuador, pero lleva aquí cinco años, donde llegó junto a sus hijos tras que su marido viniera unos cuatro antes. Pero ella aún no ha conseguido ser española del todo, porque siempre falta algún papel, esas cosas. Hasta la pandemia, la familia de María Fernanda era una de esos millones de familias que vivían al día, pero, eso sí, con dignidad. Podían pagarse el alquiler de un piso en uno de esos barrios populares de Alicante, algunas salidas de fin de semana, comprar un coche… Su marido ingresaba unos mil euros cuando tenía trabajo, que no era siempre, y ella, depende los meses, lograba reunir 500-600 en la economía sumergida del cuidado y las empleadas de hogar por horas, eso sí casi siempre sin contrato. Y así iban tirando. Su marido ahora está en un ERTE de esos que salen tanto en la tele, y aunque aún no ha cobrado nada espera hacerlo pronto, aunque lo peor, lo peor de todo es que no tiene claro si la empresa para la que trabajaba, una pequeña explotación agrícola familiar, le volverá a llamar porque si antes de todo esto ya se veía obligado a estar meses parado por falta de faena, ahora no sabe bien qué va a pasar. Y a María Fernanda sus empleadores le dicen que sí, que cuentan con ella, pero que aún tienen miedo, por lo del covid-19 ese, que mire a ver si puede esperar, que se haga una prueba de esas PCR para la que no tiene dinero, pues sus ingresos en la economía sumergida –no está dada de alta, ya lo dijimos– apenas alcanzan ahora los 200-300 euros. De modo, que, en los malos momentos, no deja de pensar si no sería mejor volverse a su país y dejar de ser medio española, aunque enseguida que lo piensa se lo quita de la cabeza. Más que nada por Julia y Ernesto, sus hijos de 12 y 9 años, que parecen tan felices aquí.

Cayetana Álvarez de Toledo y Pablo Iglesias (Fuente: La Sexta).

Historia 4. Muchos de los personajes de este cuadro parecen sacados de una obra del teatro del absurdo, de esas obras que quieren trascender pero a las que cuesta trabajo encontrarles el hilo. O quizás del cuadro ese de Goya tan conocido, aquel del Duelo a garrotazos. Y es que así andan muchos de ellos todo el día. De garrotazo en garrotazo. De insulto en insultó. Gritando sin escucharse. Todos, eso sí, dicen pensar a todas horas en su país, quererlo, amarlo. Algunos, incluso, por encima de su sangre, cosa en sí misma un poco rara. Pero lo cierto es que solo pareciera que se pasan el día echando veneno por su boca, como si tuvieran algo malo dentro. Hablan de títulos nobiliarios a modo de armas arrojadizas a la que te descuidas, aluden a personajes históricos que dirigieron la Guardia Civil para achacar no se sabe cuantos complots ocultos que solo están en la mente de quienes los piensan, culpan a las mujeres feministas de la propagación del covid-19 por aquello del 8M. Y, ya en el colmo del despropósito, aluden en tribuna pública a los dirigentes de otros partidos como “hijos de terroristas”, o se acusan entre sí de querer dar un golpe de estado pero de no atreverse, o de querer convertir el país en una dictadura social-comunista. Y así, un día y otro, una semana y otra, tanto que se diría que poco parece importarles todo esto de la pandemia y sus consecuencias que ya se atisban. ¿Sus nombres? ¡Qué más da! Todos conocidos porque salen a todas horas por TV, por radio… Ellos, dicen, son muchos de los dirigentes del país donde viven gentes como Arturo, Laura y María Fernanda.

Pepe López

Periodista.

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